Gran afluencia al Domingo do Monte de A Guarda, entre el vino y la niebla
Fiesta
No se cumplieron las previsiones de una jornada de altas temperaturas, lo que hizo necesario algo más de abrigo que en ediciones anteriores
Un año más el Monte Santa Trega fue el referente de millares de romeros que se concentraron, desde el Montiño y el Parque do Cancelón, en la parte más baja de esta emblemática e histórica altura, hasta los 341 metros a los que se eleva el Pico de San Francisco. Manteles sobre el suelo, espacios reservados, hormiguero de romeros ascendiendo por los atajos o siguiendo la serpenteante carretera, tronar de bombos y cajas, “troulada”, vino tinto, variedad culinaria: era el Domingo do Monte en el que este emblemático espacio adquiere otras resonancias.
No se cumplieron las previsiones de una jornada de altas temperaturas, y el día amaneció con el monte cubierto de nieblas y temperaturas que, para subir a la cima, hacían necesario algo más de abrigo que en los días precedentes.
A media mañana empezó el ascenso de las bandas, sin prisas, quizás alguna pausa para ajustar el bombo, o quizás otra pausa para “mollar a palleta”, esto es: “la gorxa” gallega, y continuar cuesta arriba, por los atajos o por la serpenteante carretera, seguidas por los romeros “troulando” al ritmo que marcaba la “treboada”. En las partes más elevadas donde los integrantes de cada agrupación se hicieron con el garrafón que contiene el vino tinto, pues tinto tiene que ser, bebieron de él hombres y mujeres, mayores y no tan mayores mientras sonaban bombos y cajas en ese momento mágico y solemne que supone un compromiso con la banda a la que cada uno pertenece y que le obliga a acudir en la misma formación dentro de un año. Este ritual lo inició la Banda Negra antes del “xantar”, la veterana y fundadora de las “bandas” que tiene su espacio en el Púlpito.
El momento de sosiego fue el de la comida. Durante el “xantar” casi callan los bombos y las cajas también se silencian, no del todo; y si antes sonaban rítmicamente, ahora lo hacen en un “barullo”, es la licencia que se les permite a otros miembros de la familia o amigos invitados que, sin instrumentos de percusión, aprovechan el descanso del guerrero para apropiarse, por unos momentos, de los sonidos y del viento. Tras el “xantar” se recuperó el temperamento: el salto hecho danza, el aturuxo desgarrando gargantas, el vino resbalando por los cuerpos vestidos de polvo y en los que los regueros tintos dibujaban signos de los ancestros pobladores de estas cumbres.
Poco después de la media tarde, cuando esta “caía triste y polvorienta” que diría Machado si estuviera en Santa Trega, los romeros iniciaron "A Baixada". Un descenso hacia el Montiño donde no existe el silencio ni la quietud porque, como un eco venido de la cumbre, aquí todo se repite menos la Xura, que es algo sagrado y solo se permite una vez al año. Al Montiño se baja, a veces a trompicones; al Montiño se baja ensangrentado de tinto y también con regueros de polvo surcando caras, brazos, piernas, tras la frenética danza que aún sin que ya nadie la baile en el Pico de San Francisco, en el Facho o en el Púlpito, quedan allá arriba fantasmas de polvo intentando aposentarse sobre la tan hollada tierra de donde ascendieron.
Tras la merienda-cena, y la “troula” agotadora de una jornada de horas, con el cansancio acomodado en los cuerpos, llegó "A Desfeita". Las bandas con los romeros, dejaron el monte para pasar custodiados por cientos de miradas que se congregaban a ambos lados de la carretera principal de A Guarda para ver el discurrir de una serpiente humana que avanzaba, retrocedía, se anudaba en vueltas sobre sí misma, se detenía y volvía a reanudar la marcha, deslizándose eternamente larga por las horas y por la carretera, estirándose en los últimos estertores de un domingo que cumplió la tradición y que celebraba los 111 años desde aquel primer encuentro familiar de la desaparecida “Sociedad Pro-Monte de Santa Tecla”.
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