Opinión

La viga en el ojo propio

Acabo de escuchar las opiniones de todos los partidos sobre las imputaciones de Griñán y Chaves por el caso de los ERE andaluces. Salgo con la sensación de haber asistido a un circo de la confusión donde los payasos solo han transmitido idiotez y oportunismo sin sentido.
Resulta curioso ver como la popularización de la figura del imputado en los procesos judiciales modernos ha creado una convulsión en el mundo de la política española. Ni la corrupción es un fenómeno nuevo ni los procesos desencadenados por ella tampoco lo son, sin embargo la proliferación y magnitud de los mismos ha puesto a los políticos afectados en un pin pan pun de feria insoportable para los protagonistas y para los propios espectadores.
El imputado puede acabar siendo un personaje denostado sin que las sospechas que lo llevan ante los tribunales estén probadas ni lleguen a probarse nunca. Incluso los procesos mediáticos han convertido a los imputados en culpables de facto. Separar el grano de la paja resulta prácticamente imposible en un primer estadio y cuando el cedazo de la justicia lo va logrando el elemento noticioso ya ha desaparecido, sin embargo el estigma permanece. De ahí que el caos generado acabe convirtiéndose en una red casi imposible de destejer.
La política española se ha colmado de imputados/as, en procesos mastodónticos con más voces que la gran Enciclopedia Británica. Un espectáculo donde la justicia y la vida pública, a partes casi iguales, cada día pierden más credibilidad ante la ciudanía. La irrupción de los jueces y juezas televisivas instruyendo interminables casos, que Víctor Hugo quisiera para sus "Miserables", ofrece una imagen de Justicia caótica, de improvisación y falta de medios, con imputados convertidos en víctimas prematuras e imputados culpables que se escapan entre los dedos del tiempo, por la impericia del instructor o la falta de medios.
El circo de los portavoces, agrandando la paja del ojo ajeno sin ver la viga en el propio, resulta irritante por ridículo y falta de ética. Coloca a la acción política en el altar del desprecio, demuestra la falta de capacidad intelectual de nuestros representantes y anima a los electores, esos que pretenden captar, a escapar en desbandada.
La justicia y la política son dos pilares básicos de la democracia, que las termitas internas están destruyendo en aras de una libertad de información mal entendida y mal usada por los emisores de las mismas. Se han empeñado en un más difícil todavía, saltando sin red, hasta que el trapecio se les rompa entre las manos.

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