Opinión

El resplandor

El resplandor nos ha cegado a todos. Rajoy ha pegado un hachazo y ha asomado por la puerta de entrada a la Moncloa su inquietante mueca de satisfacción. ¡Aquí está Johnny! (entiéndase Mariano). Casi nadie -ni las encuestas- contaba con él. Por eso el susto ha sido mayúsculo y el desánimo y la frustración ha cundido entre sus rivales políticos y gran parte del electorado.
La primera repetición de elecciones en España tuvo como resultado dos curiosas situaciones, una típica y otra atípica o menos común. La típica -pero no por ello menos patética- fue la fiesta de los populares, con su jolgorio discotequero, sus botes y su particular orgullo de ser español en cuya manifestación no se aprecia ningún valor añadido. Tal escena habrá hecho sonrojar y arrepentirse inmediatamente a gran parte de sus votantes menos convencidos y con sentido del ridículo. Demasiado tarde ya para avergonzarse.
La circunstancia atípica, nada habitual en nuestra cultura contemporánea y pocas veces observada por esta península ibérica, es la ausencia de grandes mensajes victoriosos y autocomplacientes de los demás partidos que, aunque trataron de trasladar al público una imagen positiva y de haber aguantado el envite con dignidad aunque sin fortaleza, tras la sonrisa forzada no podían esconder la amargura de una adversidad inesperada o que esperaban poder esquivar.
Al resplandor inesperado le siguió el silencio de quien, de repente, se quedó sin explicaciones y todavía se está preguntando qué misterio insondable se oculta en la mente de los millones de ciudadanos que han introducido en las urnas su voto al PP. Mientras ellos van a poner a trabajar a todo el aparato para analizar y estudiar concienzudamente que ha fallado, Rajoy está dispuesto a resistir ahora y siempre al invasor en su irreductible aldea en la que convive la eterna casta endogámica con las nuevas estrellas mediáticas, que no convencen, pero definitivamente vencen. El resultado ha desarmado a unos oponentes confiados y reforzado el orgullo del presidente en funciones, que retoma la marcha con más energía que nunca, ¿casi a punto de echar a correr? Esa luz refulgente que ha hecho sangrar por los ojos a toda la oposición, es también una luz ¿de esperanza? que más de la mitad del país no puede ver.
 Ahora solo queda, después de frotarse los ojos, la negociación incómoda y sin garantías que evite a los ciudadanos tener que sorprender de nuevo a sus despistados representantes parlamentarios, que nunca sabrán si están locos ellos o los locos son los demás.

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