Opinión

Irrita Barberá

La intención del Tribunal Supremo de investigar a Rita Barberá por el presunto blanqueo del PP valenciano y su decisión de no abandonar el Senado, ha sorprendido a tres o cuatro españoles que todavía cree en la capacidad de los líderes políticos del país para evitar las terceras elecciones y en su condición de servidores públicos por encima de cualquier otra consideración.
A los demás, la indecencia y la jeta de hormigón armado, o no les importa en absoluto –a fuerza de costumbre- o les irrita el peritoneo. Pero quien irrita no solo es Barberá, sino la doctrina clásica de un Partido Popular que se resiste a repudiar sin excusas ni excepciones la corrupción y la falta de ética en el ejercicio de los cargos públicos. Aunque la gestión pública en beneficio propio y de los suyos no es práctica exclusiva de la derecha española, sí es esta la que justifica en mayor medida –en nombre de la dignidad y la presunción de inocencia- las acciones turbias de sus colegas de formación, que cuanto más se investigan, menos se entienden. Y es que si llegan a estar un poco más acertados, con una línea de comunicación de cara a la galería inflexible con los comportamientos inmorales y las personas incómodas, su rédito electoral podría ser aplastante, teniendo en cuenta que con su apoyo o connivencia actual, continúan siendo el partido más votado. Pero la fidelidad mal entendida del Presidente y su lealtad de Club de Poetas Muertos, da una oportunidad a la oposición. 
Rita se va del PP, porque se lo pide su gente con educación, sin ánimo de echarla. Así lo entiende ella y se marcha satisfecha, consciente de que ahora podrá ser de mayor utilidad al Senado, al que podrá dedicarse a tiempo completo. No sabe la Cámara Alta la suerte que tiene. Por eso la senadora, tras haber hecho cuentas y descubrir que con su integración en el Grupo Mixto pasará a cobrar unos 2.300 euros más al mes, hasta sumar un sueldo de casi 7.000 eurazos, le habrá dicho a Mariano Rajoy que no se preocupe, que se sacrifica y deja el grupo popular, pero que primero son sus dientes que sus parientes.
Nacida en 1948, la nueva senadora valenciana, que parece encarnar el ideal de regeneración del PP, no tiene prisa por solicitar una pensión de jubilación cuya media en España ronda los 900 euros y que no da ni para mal vivir. Pero no es Rita la que irrita, sino la falta de ejemplaridad y el ínfimo nivel moral de quien se aferra a unos privilegios impropios y, sobre todo, la escasa factura política y social que les pasa con carácter general, que hace vigente el refrán de que “antes pierde la zorra el rabo que la costumbre”.  Por eso Rita, gracias por irritarnos un poco más. 
 

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