Opinión

El gran debate

Con permiso del interés de los debates sobre el Estado de la Nación, el que se celebra este martes en el Congreso de  los Diputados es probablemente el de mayor calado político que se ha celebrado en los últimos años. Se juega nada menos que la posibilidad de sentar las bases para que se pueda conducir a buen puerto el llamado conflicto catalán, que si está latente desde hace décadas,  con la llegada de Artur Mas a la presidencia de la Generalitat ha alcanzado un grado tal de tensión y virulencia que algunos consideran un punto sin retorno. Más grave que la polémica de tipo político es la quiebra social,  que se agudiza a medida que transcurre el tiempo sin que los independentistas cejen en su empeño y sin que los partidos nacionales con sentido patriótico –que no patriotero- cedan ni un milímetro en su defensa a ultranza de la legalidad.


Mas no ha estado a la altura de lo que se espera de un buen político y se ha quitado de en medio. La justificación que hace sobre su no asistencia, y la que hacen los suyos, respecto a que se debe proteger su imagen, no se sostiene en pie. La peor imagen para un político es que no dé la cara a la hora de defender el que considera su principal proyecto; dejarlo en manos de otros, por muy afines que sean,  es una cobardía con todas las letras. Por otra parte, el mensaje de  los nacionalistas de que solo pretenden defender el derecho de los catalanes a ser consultado, es una absoluta falacia.
En primer lugar, porque esa consulta tiene como fin último propugnar la independencia, la prueba para quienes no lo vean así son las dos preguntas que se formulan; segundo, porque  las cuestiones relacionadas con la unidad de España no solo las preserva la Constitución, sino que es un asunto sobre el que deben pronunciarse todos los ciudadanos, no solo los que pretenden la escisión. ¿Se puede reformar la Constitución? Por supuesto, pero mientras esté vigente la actual hay que respetarla en todos sus términos.


Este martes veremos caras largas, intemperancias, salidas de tono y llamamientos al diálogo tanto por parte de CiU como por parte del gobierno, que afortunadamente cuenta con el apoyo incuestionable del Psoe, o más bien de Rubalcaba, en este delicado asunto. El resultado del debate ya se conoce: la mayoría contraria a ceder competencias para celebrar un referéndum será aplastante. Lo que habrá que ver es qué ocurre a partir de ese momento.
A nadie –probablemente ni a los propios miembros de CiU- les importa mucho el futuro de  Artur Mas. Lo que les preocupa es saber cual va a ser su paso siguiente una vez  conozca el “No” rotundo del Congreso de los Diputados.


No hay nada más peligroso que un mediocre cuando anda suelto y desnortado.

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