Opinión

Trenes perdidos

Desde el Renacimiento, España ha ido perdiendo sucesivamente el tren del progresismo europeo, ese tren que ha ido forjando a pueblos educados en el valor de lo común, de la solidaridad y del respeto hacia el mundo de la razón, de la responsabilidad y del reconocimiento a la honradez, al conocimiento y al trabajo bien hecho. 
En el siglo XV la irrupción del renacimiento y la invención de la imprenta empiezan a dar nuevas perspectivas a un mundo occidental sumido en las sombras de la intolerancia y en el terror y la crueldad de un credo que había tenido atenazado, y seguía haciéndolo, a la mayor parte de los pueblos europeos. En el XVI, la apoteosis del renacentismo y la ruptura por parte de la Reforma en centro Europa, siembran las bases de unas sociedades que se plantean abiertamente su futuro en libertad, mientras España sigue en guerra con medio mundo en defensa del fundamentalismo más casposo. En el XVII, pensadores como Galileo, Descartes o Newton, ponen las bases, dentro de la física, de lo que más tarde propiciaría una evolución científica que nos proporcionaría la época de mayores avances de la historia. En el XVIII, el siglo de las luces, con la Ilustración, los enciclopedistas siembran las bases de la modernidad, del respeto a la persona y a su mas preciado valor, la libertad, al tiempo que en España se asienta en el poder la funesta Casa de Borbón. Ya en el XIX la irrupción de la revolución industrial transforma la sociedad en su totalidad para, finalmente en el siglo XX, asentarse la democracia como sistema de gobierno en Europa, al tiempo que el mundo de las creencias se iba derrumbando en proporción directa a nuevas cotas de conocimiento (Darwin, Freud, Russell, Einstein, etc.) y al acceso multitudinario a ellas y sus consecuencias, en los principales países europeos.
El pueblo español ni cató el cambio de actitud del Renacimiento, ni la regeneración moral de la Reforma, ni los avances de la física y del conocimiento científico, ni el cambio de valores de la Ilustración, ni los efectos de la revolución industrial, ni una democracia que sigue pendiente de hacer acto de presencia, secuestrada por personajes, hijos directos de todas las carencias apuntadas.
Al españolito militante se le hizo entender el Renacimiento, al igual que cualquier otra manifestación cultural, como la proliferación artística de una imaginería dedicada a la idolatría eclesiástica del poder dominante, que entre otras lindezas habrá de expulsar de España a la mayor parte de quienes no compartían sus creencias (esta vez los judíos), fundando una Institución de asesinos que habrá de tener acongojado al país hasta bien entrado el siglo XIX, la “santa” Inquisición o el “santo oficio”, al tiempo que la Reforma se nos daba a entender como un cisma digno de la hoguera, los avances del conocimiento como atentados al designio divino de una mantenida ignorancia corderil, expulsando ahora a otros infieles, los moriscos. La Ilustración se nos mostró como una herejía magnificadora del ateismo y la barbarie, a la revolución industrial como un atentado al trabajo manual y a la explotación del hombre y finalmente a la democracia, primero para unos como un instrumento de venganza hacia una clase y clero sempiternos explotadores e intolerantes, y finalmente para otros, como el resultado de la anarquía y de la masonería, la eterna enemiga de los valores patrios.
Finalmente, y por la muerte de un dictador del que ahora queremos olvidarnos de que fue despedido en su tumba durante días, haciendo colas interminables de agradecimiento y sumisión, aunque ahora le achaquemos todos los males, nos encontramos en Europa, cargados de unas creencias que nos habían atenazado permanentemente ejerciendo un poder cruel e intolerante, acomplejados ante quienes nos llevaban siglos de progreso real, apresurados por recorrer en minutos la postración de siglos, dispuestos a ponernos al día legalizando sobre el papel multitud de aproximaciones necesarias, ajenas totalmente a nuestra natural intolerancia, para simular avances que interiormente nunca hemos recorrido y todo ello, una vez mas, con un poder empeñado en convencernos de lo bien que recorrimos el camino, mientras ellos ataban y bien ataban su futuro político del que chupar hasta desvirtuarlo todo, de la mano del poder real de siempre: la banca, las grandes fortunas y el clero, quienes nunca han perdido los privilegios ancestrales de que siempre han disfrutado en un país que también siempre dejó escapar, y sigue haciéndolo, el tren del progreso intelectual, de la razón y del conocimiento.
No nos engañemos, nuestros políticos son los que nos merecemos, no son ni mejores ni peores, ni mas listos ni mas tontos que la mayoría, solo son consecuencia de siglos de picaresca, de Rinconete y Cortadillo, de atraso mental y sociológico, fomentado por el poder de la ignorancia tanto tiempo asentado, y magnificado por una sociedad que nunca ha sabido ni querido decir basta, que sigue tragando con carros y carretas, que ni se informa ni porfía, pues siempre ha estado del lado de la creencia, de la idolatría y de la memez en todos los campos en los que vegeta.

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