Opinión

Yo acuso

Algunas de las actividades que desarrolla la Cámara de los Diputados en sus tiempos muertos como si no llegara el periodo de sesiones para ocupar a sus señorías si sus señorías tuvieran la bondad de ocuparse en sus obligaciones, parecen específicamente dispuestas para sorprender al administrado. Por razones no suficientemente conocidas, ahora les ha dado por invitar a personajes de  fuera de su entorno para que ofrezcan explicaciones sobre temas ya superados como por ejemplo, la crisis económica de 2008 que causó tan terribles estragos en el país y cuya génesis y desarrollo se han encargado de explicar tres ex ministros de Economía que se han ido turnando en el estrado y que han tratado de explicar el papel desarrollado en la terrible depresión por el gobierno del que formaban parte. Allí han estado primero Rodrigo Rato, al día siguiente Pedro Solbes y ayer le tocó el turno a Elena Salgado, Rato trató de salvar sus responsabilidades a cuenta de apostura y desparpajo, Salgado fue fiel a sí misma en el casi imposible ejercicio de sostenello y no enmendallo, y Pedro Solbes  trató de legitimarse como conciencia de la etapa más delicada del Gobierno de Zapatero sin que, en su opinión y abundando en los motivos que le motivaron a despedirse, nadie le hiciera ni puto caso.
De las tres comparecencias, la del ex responsable máximo de la Economía nacional durante los momentos inmediatamente anteriores a la demoledora crisis y los gravísimos escenarios que se desencadenaron tiempo después, fue seguramente la más cruda pero también la más interesante porque Solbes no tuvo misericordia para juzgar públicamente al que fuera su presidente, y puso sobre la mesa toda una batería de reproches a cual más grave que nos ofrecen la figura de un Rodríguez Zapatero al que no le importó absolutamente nada que no fuera lograr su reelección a cualquier precio despilfarrando fondos públicos en actuaciones peregrinas y sin aplicación práctica. Solbes proclama que advirtió a Zapatero por activa y por pasiva, que le recriminó sus fuegos artificiales usando recursos de los que carecía para frivolidades como el cheque bebé o disparates como  la condonación indiscriminada del IRPF, que aconsejó meter mano sin conseguirlo en la conformación de las cajas de ahorro que terminaron saltando por los aires, que se  sintió despreciado y que acabó apeándose en marcha para no convertirse en cómplice de una dirección política que había perdido el sentido común y solo aspiraba a la continuidad al precio que fuera. 
Algo de eso nos sospechábamos, también es verdad. Ahora ya lo sabemos

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