Opinión

El ojo del testigo

Aquellos que nos vamos volviendo irremediablemente viejos,  contamos con algunas ventajas en comparación con las generaciones más jóvenes. No son muchas, no vayan a creer. En mi caso, tengo por cierta aquella que me permite haber disfrutado de los Beatles en el tiempo en que estaban allí, una situación de privilegio que ha marcado mi vida y de la que sigo disfrutando todos los días aunque vaya siendo hora de que Paul McCartney me regale un pavo por Navidad teniendo en cuenta mi dedicación a la causa.  Esa prerrogativa es extensible a otros muchos acontecimientos y proporciona una visión histórica incomparable. Incluso para ver películas que recreaban aquellos días y que le permiten a uno explicar a sus nietos  que los protagonistas salen a la pantalla vestidos de pura guardarropía y que en realidad aquello no fue exactamente así.
Mañana hará cuarenta años justos de la legalización del Partido Comunista y aunque yo no estuve precisamente en el chalet de Pozuelo que puso a disposición de los dos interlocutores secretos el abogado y periodista José Mario Armero cuando era presidente de Europa Press, si estaba en la España de entonces y un par de semanas después de aquella rocambolesca operación que Carrillo y Suárez se avinieron a representar para legalizar el partido, estaba yo conversando con el propio Santiago Carrillo y recibiendo de primera mano y de viva voz de su protagonista aquello que ahora cuentan y analizan sesudos libros. Carrillo tenía la mandíbula inferior muy prominente en forma de proa de navío y sobre el labio había siempre una colilla de cigarrillo a medio consumir como le pintaba Peridis. Me mostró la peluca que había usado, me desgranó con cariño las virtudes de Suárez y se bebió una cerveza conmigo. En aquellos momentos, muchos de los cámaras que acudían a cubrir las ruedas de prensa y algún que otro colega mío llevaban puesta sobre la cabeza aquellas gorras obreras de color rojo con las siglas del PCE en amarillo.
He leído  el libro que  Paul Preston dedica a Carrillo y es demoledor. Existen en él testimonios irrefutables de su participación activa en los sucesos de Paracuellos,  así que no estoy muy seguro de que conocerle y saludarle tan efusivamente fuera  algo por lo que sentir orgullo. Como de tantas otras. Pero testigo de cosas sí he sido…

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