Opinión

Nueva picaresca

Ahora que se denuncia públicamente a los grupos con decenas de personas que huyen de los restaurantes sin pagar sus fiestas, bautizos o bodas, casi nadie declara que tales pillos son gitanos rumanos: todos quieren evitar ser tachados de racistas y xenófobos.
 Pero debe decirse porque en estos tiempos de vuelta a los populismos las masas guiadas por agitadores radicales de izquierda o derecha son capaces de crear para ellos campos de concentración “por su bien”, como Hitler o Stalin.
 La mendicidad, poco apego al trabajo reglado, los robos de toda clase de bienes, aunque generalmente sin violencia y una vida en la pobreza son las características generales de estos nómadas que ya están aquí, viviendo entre nosotros, y cuyas costumbres no hemos intentado mejorar.
 Habitan en chabolas y carretas, están por las calles pidiendo o tratando de robar carteras, rehúyen enviar sus niños a las escuelas, y podrían seguir así generación tras generación si no se les dirige o educa.
 Nadie cuelga carteles invitándolos “Gipsies Welcome”, y los podemitas, que se dicen preocupados por los desfavorecidos, carecen de una idea para integrarlos que no sea, por ejemplo donde gobiernan, no perseguirlos cuando extraen ilegalmente papel de los contenedores de reciclaje.
 La mayoría de los demás inmigrantes rumanos, generalmente muy trabajadores, rechazan relacionárseles, y le recomiendan a los españoles que eviten su cercanía.
 Siglos de aprendizaje le han dado a estas tribus la pillería del Buscón don Pablos, sin códigos que respetar, y bajo la única autoridad de jefes mafiosos con grandes mansiones en Rumanía.
 Mientras no se readaptan, responsabilidad del Estado, podríamos observarlos como literatura viva, vestigios de la picaresca de los siglos XVI y XVII: son ese Buscón, el Lazarillo, Guzmán de Alfarache o la pícara Justina contemporáneos.

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