Opinión

Un carallo a tiempo

Un carallo a tiempo es una victoria dialéctica’. No sé cuándo lo dijo Camilo José Cela ni por qué. Lo que sí sé es que conmigo se comportó con el exquisito refinamiento de un académico de la lengua. Lo recogí en Iria Flavia (Padrón) en un parterre que había detrás de la sede donde ahora se (des)asienta la fundación que administra su legado. Le acompañaba su mujer Marina Castaño (Marina mercante, según dicen), hogaño inmersa en un piélago de denuncias por malversación de fondos públicos, fraude en subvenciones, apropiación indebida y otras miserias. No sé cómo el helicóptero pudo despegar con tamaña carga de codicia.
 Sobrevolamos el Ulla, marítimo, fluvial y xacobeo, que el Apóstol remontó con su barca de granito. Sobrevolamos la ruta del contrabando y la del vicio, las bateas, la isla de Cortegada y la de la Arousa, y aterrizamos en el pazo de Barrantes, en Cambados. Allí pude conocer de cerca al premio nobel. Un tío cojonudo. Si leerlo es un placer, escucharlo era un orgasmo. Comimos. Habló. Nos reímos. Y se fue a echar una siesta de pijama y orinal. Estuvo durmiendo, que no dormido –que tampoco es lo mismo estar jodiendo que estar jodido- el tiempo que le pareció oportuno.
 Ya de vuelta los dejé en el aeropuerto. No procede decir de Vigo, ni de Redondela, ni de Mos, porque es de AENA, y por lo que os cuento a renglón seguido: Iban a coger un avión con destino a Madrid; uno de aquellos DC9 de Aviaco, que paraban una hora en la plataforma y que casi daba tiempo a coger en marcha como los trenes de vapor. Contacté con la torre de control para coordinar el que mi ilustre pasajero y su señora pudieran subir a bordo sin tener que pasar por facturación. ‘Lo consulto’, me respondió el torrero. Entonces no había rayos X, ni seguratas, ni había que mostrar el deneí, ni los tomates de los calcetines, ni nadie te palpaba los entresijos pudendos. ‘Imposible –hube que escuchar de allí a un rato- tienen que hacer el checking, como todos los demás’. 'Es el único premio Nobel vivo que tenemos en España –insistí-, y se encuentra un poco fatigado’. ‘Imposible’, insistió a su vez el controlador aéreo. Así que caminamos hasta la terminal –no había servicio de handling por aquel entonces-, los dejé en la concurrida cafetería del aeropuerto: una especie de cantina, donde se arremolinaban los que salían, los que llegaban, los que miraban y los medio pensionistas, y me fui a hablar con el Oficial de Tráfico para que, al menos, les permitiera utilizar la sala VIP. ¿Y sabéis lo que me dijo? Que había que solicitarla con antelación, que mis pasajeros no eran ninguna autoridad, ni menos aún –y esto fue lo que me más me tocó la moral (y los cojones)- políticos importantes. ¿Y sabéis lo que le contesté? ¡Vai para o carallo!
 Ahora comprendo porque Camilo José Cela –el día 11 de mayo hubiese cumplido 100 años si viviera- dijo aquello de que ‘un carallo a tiempo es una victoria dialéctica’. Hoy ningún político se atrevería a solicitar la sala VIP. Sin embargo ese playboy recauchutado y su novieta, ese par de yogurines caducados, ese escribidor y la tía buena, la exigirían –y se la brindarían con una pleitesía de badocos- si vinieran a Galicia. Y mira que hay no diferencia: ‘La felicidad tiene un nombre: Isabel’, lo dijo Mario Vargas Llosa. ‘Pensar en viejo me abruma y, sin embargo, pensar en joven, en sano y arrogante joven, me parece tan insípido…’, lo dijo D. Camilo José Cela. Para mí no hay color. No sé qué pensaréis vosotros. 

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