Opinión

Un caballero exigente (y mal parido)

‘Porque el ser agradecido/ la obligación mayor es/ para el hombre bien nacido’ (Duque de Rivas) 
Amanece. Los gallos urbanos tañen sus urgencias: taxis, autobuses escolares, 4x4, deportivos, utilitarios, furgonetas de reparto. Unos y otros se inquietan, se desafían, se acosan, se husmean desesperados. Atasco. 
 Pero al caballero no le preocupa. Él se desplaza en un vehículo con sirena.
 Hospital (de la capital España, para que no se me solivianten los paletos –y paletas- y no me pongan a caldo). Primera hora de la mañana. Análisis clínicos. Pinchazos que ni se sienten. Sonrisas que te relajan. Una docena de vampiresas que ya me gustaría ya, que me chuparan hasta la consciencia, atienden según el orden de llegada. En ayunas. Hay que esperar. No más de 35 minutos –contados- de reloj. Paciencia. 
 Pero el caballero tiene mucha hambre. No se aguanta. Protesta.
 Controles. Bilirrubinas. Marcadores. Cada quien con sus temores. Algunos tañen sus derrotas: enfermedad laboral, silicosis, amianto. ‘No tuve ni tiempo de ir al médico -me cuenta uno-, no hice más que trabajar y trabajar, y ahora mira esto’. Y no sabes qué decirle. Lo tuyo te parece apenas un catarro. 
 Pero el caballero tiene mucho apuro. Y poca calma. Y una larga ristra de exabruptos. Y, sobre todo, tiene mucha jeta, porque jamás ha dado palo al agua.
 Y es que el caballero tiene tarangaño. Nació así. Lisiado. Insuficiente en todos sus sistemas. Incluso en el fonético. Por eso va –lo desplazan- en silla de ruedas. Por eso exige una ambulancia. Por eso suelen darle preferencia en todas partes. En cualquier país de África, de Asia, de América del Sur, de la del Tío Sam, de la Europa del Este o de la de los nuevos zares, sus esperanzas de vida hubiesen sido las mismas que las de ser pentacampeón olímpico. En la antigua Esparta no vería ni la antorcha de la luz del sol, lo echarían a rodar Taigeto abajo nada más venir al mundo.
 Pero el caballero tiene mala hostia. Y no se calla. Y, aunque habla mal (el morro –mucho- se le tuerce un poco) se le entiende todo. ‘Esto es una mierda’ –dice enervándose y braceando como un molino de trapo- ‘me cago en sos, ya estoy harto de esperar’, ‘putos políticos’. El caballero tiene tablas. Lleva toda su vida de revisión en hospital, de intervención en post operatorio, de farmacia en tratamiento. Jamás ha trabajado. Ni cotizado. Siempre ha sido una carga para el sistema sanitario. Onerosa. Pero la sanidad es universal, y no repara en gastos, ni tampoco en mal hablados, aunque para enumerar sus deficiencias solo atinen a decir ‘tal y Pascual’. Sí, algunos se merecen cierta deferencia: ‘la de una buena patada en los cojones no estaría nada mal’, pienso. Pero me callo.
 Y es que el caballero tiene defectos congénitos. Y vicios, ahora crónicos, adquiridos a base de privilegios. Y bífida la columna. Y bífida la lengua, o viperina, que ahora no caigo.

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