Opinión

El ministro independiente

Es casi obligado que los últimos gobiernos sienten en la mesa del Consejo de Ministros a alguna personalidad para lanzar un mensaje a la sociedad de que el Ejecutivo no tiene exclusivo carácter partidario y que gobernará para todos los españoles y no solo para los votantes que le han llevado a La Moncloa. Una parte alícuota de independencia en el primer gobierno de Mariano Rajoy le corresponde a José Ignacio Wert, pero en su caso la independencia se ha traducido en soledad.

Soledad en cierto modo en el Gobierno que ante sus continuas polémicas cada vez defiende con menos afán sus salidas de tono, sus iniciativas individuales y su incapacidad para el diálogo. La soledad en relación con el PP va en consonancia con su condición de independiente y por ese motivo sus dirigentes no tienen el menor empacho en enmendarle la plana cuando lo han considerado oportuno; y soledad con respecto a todos los grupos que tienen relación con su acción de gobierno con los que no ha encontrado sintonía ni apoyo mayoritario, cuando no los ha ofendido gratuitamente.

Como consecuencia de todo ello Wert se ha ganado a pulso ser el ministro peor valorado del Gobierno. Pero a la hora de la verdad, la independencia del ministro no ha sido tal y se ha convertido en un alumno aplicado cuando desde el Partido Popular le han exigido rectificaciones en unos casos por exceso y en otros por defecto, sin que haya podido hacer valer sus criterios. Así ha ocurrido reiteradas veces en la redacción de la ley estrella de su departamento, la LOMCE, que ha tenido que corregir varias veces porque en su redacción inicial no recogió algunos de los criterios del partido sobre el futuro de la educación y ahora porque se ha visto obligado a retrasar su puesta en marcha definitiva un año por los problemas de financiación para su aplicación. Si se añade que la gran mayoría de profesores, padres y alumnos están en contra de la reforma que propugna y que ha conseguido algo difícil de lograr como la convocatoria de dos huelgas unitarias, y que existe el compromiso de todos los partidos de la oposición de derogar la ley en el momento en el que las mayorías en el Congreso lo hagan posible, la LOMCE, que se tramita todavía en el Senado, tendrá un escaso recorrido.

Cuando no se han apagado los ecos de sus polémicas declaraciones acerca de la calidad de las producciones de la industria cinematográfica española, y la soledad en la que se ha quedado en el debate de la LOMCE, su vertiginosa rectificación a cuenta de la becas del Programa Erasmus ha acabado por colmar la paciencia hasta del PP por una iniciativa que vulnera sobre todo el principio de seguridad jurídica, al retirar unas ayudas cuando ya estaban concedidas. En este caso, además, las críticas determinantes no han llegado de los partidos de la oposición o de los sectores perjudicados que han reaccionado con rapidez y eficacia, sino de la Comisión Europea a quien corresponde el desarrollo del programa.

La situación política de Wert ha quedado muy debilitada, aunque ni el ministro va a dimitir ni Rajoy tiene intención de realizar una crisis de Gobierno por una ley que apoya sin condiciones.

Pero es curiosa la similitud de esta situación con la que se vivió en el primer gobierno de Zapatero, cuando la fallecida ministra de Educación, María Jesús San Segundo, cuestionada por su gestión, fue relevada al día siguiente de la aprobación definitiva de la LOE, en coincidencia con el ecuador de la legislatura, y cuando salieron del Ejecutivo otros ministros de más relumbrón.

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