Opinión

Los enfermos de Europa

Cuando el Gobierno de Mariano Rajoy comenzó a aplicar las condiciones impuestas por la troika para cumplir con el objetivo de déficit del 2,8 en 2016 empezó a dejar de ser el enfermo de Europa. Estabilizada su situación por la vigilancia de los ‘hombres de negro’ a quienes importa poco como esas medidas se trasladan a la ciudadanía y sus padecimientos en forma de pérdida de derechos y de pobreza laboral, España cedió el testigo a Francia e Italia, dos países  que en medio de la crisis cambiaron a gobiernos socialdemócratas y a los que parecía que los mercados y la Comisión Europea les habían puesto la proa para lograr que acometieran cambios estructurales en sus economías. Es decir, que aplicaran las mismas recetas que se habían utilizado en España sobre pensiones, mercado laboral y gasto público.
A la vista está que hay enfermos que gozan de mejor salud que otros, quizá porque han resistido mejor las intenciones de esos médicos deseosos de practicar operaciones quirúrgicas cuando ya existen otros métodos menos invasivos y dolorosos, y que permiten una recuperación más rápida del paciente. Esto es lo que les ha pasado a Francia e Italia: han aguantado las presiones y la Comisión Europea les acaba de conceder dos años más de plazo para que cumplan con el Plan de Estabilidad y Crecimiento y rebajen su déficit público al 3% en 2017. Cierto que sus economías se encuentran estancadas o con crecimientos raquíticos, pero no es menos cierto que los recortes que van a tener que realizar serán mucho más suaves y dilatados en el tiempo que los realizados por el Gobierno español al que, además, la Comisión Europea sigue teniendo sometido a una  vigilancia especial y con la recomendación de que realice “acciones decisivas”, que se traducen en que no puede haber alegrías con las cuentas públicas.
Esta situación produce sin duda un agravio comparativo fruto de la doble vara de medir que utiliza la Comisión Europea y que ese traduce en su debilidad con los fuertes y la fortaleza con los débiles. Pero si se sigue el discurso de Mariano Rajoy, según el cual la economía española se encuentra a la cabeza de las de la Unión Europea, quizá fuera el momento de hacer valer esa posición y exigir la misma flexibilidad que han encontrado Francia, Italia y Bélgica sobre el cumplimiento del objetivo del déficit. Máxime cuando los organismos internacionales ven muy difícil que nuestro país lo cumpla este año por la sucesión de convocatorias, y antes de que caiga el rapapolvo cuando no se llegue a la meta fijada. Haber demostrado ser el alumno aventajado del diktat de Angela Merkel sobre el equilibrio de las cuentas públicas desde la aprobación del plan de reformas y estabilidad a principios de en 2012, debiera dar derecho a Rajoy a tener algún premio europeo que mejore las expectativas electorales de su partido.  
Incluso los griegos han conseguido que el Eurogrupo aprobara la prórroga del plan de rescate, que ha permitido a ambas partes salvar la cara y ganar tiempo.  Rajoy afirma que en el Consejo Europeo se pone como ejemplo a España, pero paradójicamente nadie quiere seguir esa senda. A Matero Renzi no le ha convencido, desde luego, y su resistencia numantina al austericidio se ha visto recompensada con una moratoria. Y siempre queda mirar a París. 

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