Opinión

La desobediencia de ERC

El líder de ERC sabe perfectamente lo que va a pasar en cuanto que el presidente de la Generalitat Artur Mas convoque formalmente el referéndum del 9-N apoyado en la ley de Consultas catalana, que el Tribunal Constitucional va a anular. De ahí su llamamiento a Artur Mas para que desobedezca esa prohibición. De todos los actores de la política catalana el único que no baila la yenka es Oriol Junqueras. Es el único que no tiene plan B hasta ese momento, ni se plantea tenerlo porque nunca el independentismo catalán había dado un paso adelante tan largo, nunca había concitado tantos apoyos alrededor del secesionismo y nunca le había salido tan fácil llegar hasta donde ha llegado sobre todo porque han sido otros quienes le han desbrozado el camino.
Una vez que se ha ido tan lejos, a Oriol Junqueras el obstáculo del TC le parece de tono menor con respecto a la “voluntad de votar, nuestra sed de justicia y hambre de libertad”, en un desafío a la legalidad democrática que no ha ocultado en ningún momento. Al líder de ERC le resulta fácil arremeter contra aquellos a quienes considera el último obstáculo antes de las urnas y, al tirar por elevación, evita hacerlo a ras de suelo que es donde tiene el verdadero problema, porque al mismo tiempo que se acelera el proceso legal y formal crecen las voces disonantes, las declaraciones que necesitan rectificación por un lado y reconfirmación por otro. Así, mientras que desafía al TC reconviene a CiU, porque a medida que se acercan los momentos decisivos surgen más dudas, y aunque quienes deben liderar el proceso no quieren dar marcha atrás saben que llegará el día en el que tendrán que abortar el referéndum y dar paso a una segunda fase, la convocatoria de unas elecciones plebiscitarias. Para ese momento es posible que el nacionalismo centrista se haya recompuesto, se hayan sacado las lecciones oportunas del proceso escocés y desde el Gobierno central se haya avanzado en la vía de resolver algunas de las 23 demandas con las que Artur Mas se presentó en La Moncloa.
Oriol Junqueras quiere forzar la maquinaria independentista al límite, una operación que políticamente le ha salido muy rentable y en la que no ha dudado en utilizar todos los instrumentos a su alcance, desde los agravios innecesarios a la mistificación histórica, pasando por las apelaciones sentimentales –antes con el España nos roba y ahora con el “no nos quieren ni mucho ni poco- y al miedo, o a las manos negras que en este momento oportuno habrían desvelado el caso de la familia Pujol.
El líder de ERC no detiene su ofensiva porque tiene prisa para avanzar lo más posible antes de que se baje el suflé independentista. Pero sabe muy bien que sea cual sea el lugar y las causas por las que se detenga el proceso soberanista, se marcará un punto de no retorno, un terreno ganado desde el que, tras el repliegue que ha de llegar, vayan calando las demandas más perentorias y obtener unas concesiones que son razonables para solventar, con el mayor acierto posible, los problemas que se arrastran sobre el modelo territorial del país.
Lo que no se puede pedir a ERC porque no está en su ADN es lealtad con quien identifica como el origen de todos los males de Cataluña. Otra cosa es que sea desleal el representante del Estado en esa comunidad. 

Te puede interesar