Opinión

Debate ideológico

Una de las evidencias del debate sobre el Estado de la Nación es que los líderes de los principales partidos parlamentarios han cumplido con las expectativas y han consolidado su posición interna. Tanto la bancada popular como la socialista se mostraron satisfechas con las intervenciones de Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba y les dieron como vencedores a los puntos del debate. Tampoco Cayo Lara se dejo apabullar por la vuelta al mensaje ideológico de los socialistas y fue un paso más allá en las posiciones de izquierda, mientras que Rosa Diez marcó tantas distancias con el presidente del Gobierno y este se mostró con ella tan displicente que, una vez más, el PP aparece sin posibles aliados a los que recurrir cuando se le acaben las mayorías absolutas.
Mariano Rajoy realizó un discurso institucional que es el mismo que realizaron todos sus predecesores en el cargo, mucha economía, mucha tecnocracia, mucha esperanza y mucha satisfacción mal entendida cuando se tiene “tanto sufrimiento debajo”. Rubalcaba se presentó como un líder de la oposición que hace una enmienda a la totalidad a todo su pasado. Ya puede comenzar a hacerlo porque el recurso a su implicación en la herencia recibida tiene menos efecto cada año que pasa. Pero sin duda sigue siendo su talón de Aquiles. Pero esa valoración positiva de su actuación por sus bancadas y acólitos puede cambiar dentro de tres meses, una vez que se haya hecho el recuento de los votos de las elecciones europeas. Ambos han ganado tiempo hasta las escaramuzas que seguirán a ese día, en el que se vaticina una victoria pírrica de cualquiera de los dos y un ascenso de IU y UPyD.
Otra conclusión del debate es que se han reflejado con nitidez dos posiciones ideológicas bien diferenciadas. Rajoy envolvió las suyas en lo inevitable de las decisiones que ha adoptado y de las que pregonó su acierto, y Rubalcaba le respondió que había otra forma de hacer las cosas y otras prioridades que anteponer. A la vista de cómo ha evolucionado la posición europea al aflojar el austericidio y proponer estímulos y flexibilidad con el objetivo de déficit, los sacrificios se podrían haber extendido en el tiempo y no haber tenido un efecto tan brutal sobre la sociedad española, circunstancia que ya se advirtió a los líderes europeos desde el primer momento.
Sin embargo, el aspecto que el debate no ha resuelto es la previsión del Gobierno sobre como va a quedar la sociedad española cuando el cabo de Hornos se aleje en el horizonte. Sí, habrá una economía más competitiva y algo más de empleo, pero no existe un plan para abordar de forma decidida la disminución de las desigualdades sociales, ni habla de la recuperación de derechos y beneficios perdidos en el fragor de la crisis, ni de acabar con el miedo que se ha instalado en los trabajadores a los que se les ha aplicado doble ración de flexibilidad sin seguridad. Y la bajada de impuestos está por ver cómo y a quién afecta.     
De esos asuntos sí se ocupó el líder de la oposición, que ya ha presentado su programa de contrarreformas ideológicas cuando se produzca la alternancia -solos o probablemente en compañía de otros-, para revertir la reforma laboral que ha acabado con la negociación colectiva, y de otras leyes que están en cartera y que Rubalcaba ha pedido que no lleguen o no se aprueben en el Parlamento como las leyes del aborto, de seguridad ciudadana o “la cacicada” de la reforma del Estatuto de Castilla La Mancha.
Y en algún momento se tendrá que abrir el debate sobre el caso catalán.

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