Opinión

Primero, arreglar la corrupción en Cataluña; después, quién sabe

Aseguran que el Gobierno central está preocupado no solamente por el proceso secesionista catalán, sino también por la 'mala imagen' que algunos estamentos públicos catalanes ofrecen al resto de España... y al mundo. Esta preocupación, exacerbada ahora con la noticia de que el Estado ha perdido casi doce mil millones de pesetas con la venta de Catalunya Banc al BBVA, puede tener también un reflejo en el encuentro de la semana próxima entre Artur Mas y Mariano Rajoy, quien tendría una nueva 'baza negociadora' en su mano a cuenta de la corrupción que se evidencia con excesiva frecuencia en la política y las finanzas catalanas, y no solo, obviamente, catalanas. 
Pero está claro que también los socialistas catalanes tienen motivos para inquietarse ante el estallido de este último capítulo de lo que ha sido una desastrosa gestión en una caja de ahorros, concretamente, en este caso Catalunya Caixa, de la que Narcís Serra fue nombrado presidente en 2005. Es decir, gobernando el país su correligionario José Luis Rodríguez Zapatero y siendo presidente de la Generalitat Pasqual Maragall, que iba a ser inmediatamente sucedido en el cargo por José Montilla. ¿Qué dirá ahora Miquel Iceta, cuyo antecesor remoto como primer secretario del PSC fue Narcís Serra? ¿Qué Pedro Sánchez ante este último capítulo, tan desastroso para el contribuyente, de la corrupción catalana, que, por supuesto, no es exclusiva de Cataluña? ¿Callará nuevamente Mas para no revivir los rescoldos de Banca Catalana y, en definitiva, del paso de la familia Pujol por el poder? 
Esa "desastrosa gestión" (el fiscal anticorrupción dixit) al frente de la más importante de las cajas que dieron origen a Catalunya Banc es, sin duda, achacable en primer lugar a Serra y, posteriormente, a su sucesor, Adolf Todó, quien, encima, al cesar, se llevó seiscientos mil euros en concepto de indemnización. El Tribunal de Cuentas y la Fiscalía Anticorrupción pusieron abundantemente de manifiesto que las subidas inapropiadas de sueldos de los directivos de Catalunya Caixa, que presidió el socialista Serra, constituían un escándalo en momentos en los que los órganos del Estado se veían obligados a sanear a la entidad con casi doce mil quinientos millones de euros. Claro que la pregunta que ahora cabría hacerse es: ¿cómo es posible que Serra, un hombre que hubo de dimitir de la vicepresidencia del Gobierno de Felipe González en 1995, tras un sonado escándalo de espionaje a personajes públicos por parte de los servicios secretos, el CESID, que el 'número dos' del Ejecutivo controlaba? Eso, claro, sin contar con otros pasos sospechosos en su trayecto por el poder, incluyendo el Ministerio de Defensa. 
Serra, sugieren algunos medios, como el digital Voz Populi, se habría sentido a salvo gracias a algunos 'papeles' conocidos en sus tiempos de máximo responsable del espionaje. Solamente eso, y la incuestionable benignidad con la que Cataluña trata -y olvida- los 'affaires' de corrupción, y en esa benignidad hay que incluir a no pocos jueces, explica la buena aceptación que el enigmático, sinuoso, distante y distinto Serra sigue encontrando en la 'buena sociedad' barcelonesa, de la que él forma parte desde hace varias generaciones, a pesar de su muy cuestionable paso por el poder político y económico. 
Pero las cosas, estiman muchos, no pueden seguir así mucho tiempo. No se puede seguir mirando hacia otro lado tras los escándalos de aquel 'tres por ciento' denunciado por un Maragall que pronto habría de retractarse; de los 'casos Pallerols' y tantos otros; de las escuchas de 'Método 3'; de los Pujol en su conjunto... y un largo etcétera, del que hago gracia al sufrido lector. Envolverse en la bandera independentista para acallar una corrupción que galopa desde hace demasiados años por el territorio catalán -recordemos al president Jordi Pujol clamar contra la "querella política" en Banca Catalana, inspirada, decía, precisamente por Serra-. Hacerse cómplice de este enmascaramiento supondría, opinan muchos, tanto como intentar involucrar a toda la sociedad catalana en las numerosas irregularidades cometidas por sus representantes. 
Si Artur Mas quiere, como consta que quiere, potenciar por el mundo la 'marca Catalunya', primero tendrá que moralizar las instituciones, decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad a la ciudadanía y abrir un debate libre, a fondo, sobre lo que realmente está ocurriendo en Cataluña antes de plantear cualquier consulta a la población, suponiendo, claro, que legalmente pudiera plantearla. Porque lo primero que no puede un dirigente político hacer -y ya lo hizo el catastrófico Montilla-- es saltarse la legalidad y, encima, vendarse los ojos, y vendárselos, con alguna complicidad mediática, al contribuyente, cuando la corrupción se pasea de norte a sur de una Comunidad. Así, desde luego, no se forja un país. Ni se forjará.

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