Opinión

Casa Real y Gobierno deben explicar el caso de Bárbara Rey

La extensión del escándalo y la implicación de los Servicios de Inteligencias del Estado en las aventuras galantes de Su Majestad Católica emérito Juan Carlos I, ya para evitar sus efectos ante la opinión pública (echando mano de los fondos reservados y tapar la boca de la beneficiaria de turno) , ora para asegurar la plácida presencia y negocios en territorio nacional de una de las amigas de lujo del ex monarca, están demandando una explicación pública, y no un lacrimoso acto de disculpas hipócritas como ya conocemos por parte del protagonista de estos vodeviles.
Tanto la Casa Real, que presentó como gran novedad un “Código ético” como prueba de que con Felipe VI se iniciaba un tiempo nuevo, como el Gobierno, que considera todo esto un “asunto privado del monarca”, del que nada tiene que decir, deberían dar una explicación pública, detallada y satisfactoria. A estas alturas no tendría sentido una preparada e hipócrita disculpa del emérito, como cuando se lesionó en Botsuana su cacería de elefantes con Corinna, en uno de los más dramáticos momentos para la economía española.
Como es sabido, la Mesa del Congreso ha bloqueado las preguntas que había registrado el diputado de En ComúPodem Joan Mena sobre el presunto uso de fondos reservados por parte del antiguo CESID --actual Centro Nacional de Inteligencia-- para comprar "el silencio de una conocida actriz española que mantenía romance" con el Rey Juan Carlos.
Ni el PP ni el PSOE ni Ciudadanos se han interesado por el caso. Históricamente, tanto el PSOE como el PP, como corresponde a su naturaleza probada como lo que se conoce como “partidos dinásticos”, han impedido que se trataran o investigaran en el Congreso todas las cuestiones graves relativas a la Corona, incluso justificándolo en el carácter “privado” de determinados asuntos; es decir, precisamente los más delicados e interesantes, y que además, como en este caso, repercuten en el indebido uso de los impuestos que pagan los españoles. Como dice Lisón Tolosana “el Rey es siempre el Rey” en su libro sobre la imagen de la Corona. Por lo tanto, el contrapeso de los muchos privilegios de que disfruta es precisamente que su vida privada sea tan ejemplar y transparente como la pública.
El asunto de María García (Bárbara Rey), que parece un folletín por capítulos o entregas se ha enriquecido esta semana con el aporte de la ex mujer de otro personaje intermediario en esta historia, el periodista Santiago Arriazu, confidente de Bárbara Rey. Según el diario que sobre sus confidencias de la actriz fue redactando la citada señora, el Rey Juan Carlos I le advirtió que el 23-F de 1981 no saliera, asunto que de ser cierto introduciría una inquietante duda sobre lo que realmente ocurrió aquel día y quién o quiénes estaban al cabo de la calle. Además confirma y amplia otros aspectos ya conocidos de aquel largo romance de 17 años.
El uso de servicios y fondos públicos para proteger a las amigas de Juan Carlos es cosa vieja. En su día el secretario de comunicación del Sindicato Unificado de la Policía (SUP), José María Benito, reveló que la falsa princesa CorinnazuSayn-Wittgenstein contó con escolta oficial durante el periodo de tiempo que vivió en España y que recibía protección por parte del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), disimulada por la palabra clave o nombre figurado que en el caso era 'Ingrid'. La amiga del Rey se justificaba diciendo que había prestado servicios oficiales al Reino de España, en tantos se conocía que se la había instalado en una vivienda habilitada al efecto en el recinto de El Pardo. Sin embargo, el director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), general Félix Sanz Roldán, ante la reducida comisión de Secretos Oficiales del Congreso, negó cualquier vinculación de dicho centro con la princesa Corinnazu-Sayn Wittgenstein. Y desmintió que el CNI la hubiera protegido o escoltado o que ésta hubiera cobrado o solicitado algún pago al mismo. Lo cierto es que el propio ministro de Exteriores del momento, GarcáMargallo, se reunió con Corinna a propósito de los negocios en los que ella intervenía como intermediaria y comisionista, principalmente con países árabes, de especial interés para España.
Gracias a esta protección que puso al monarca a la corte al resguardo de miradas indebidas, la amable prensa se ha ocupado muy someramente de estas mismas cuestiones y rara vez con profundidad. En fin, que todo esto no es más que un nuevo episodio de una historia interminable mientras Juan Carlos I tenga cuerda y ganas de marcha. Pero esta vez, por lo menos, nos enteramos y tratamos el caso.
 

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