Opinión

La obstinación de Irene Montero

He sabido que Susanita y Mafalda estuvieron presentes en la tribuna de invitados del Congreso de los Diputados. Presenciaron la toma en consideración de la reforma de la ley del “sólo sí es sí” propiciada por el Ministerio de Igualdad. Las dos, una por machista y la otra por feminista, salieron defraudadas, con las mochilas escolares repletas de preguntas y sin ninguna respuesta. Estuvieron de acuerdo, eso sí, en el lamentable espectáculo puesto en escena por las dos izquierdas coaligadas para gobernar la España presente con miras al futuro. Yo, como ellas, tampoco he conseguido ni salir de mi asombro ni he tenido capacidad para discernir dónde está el problema insalvable del enfrentamiento de los dos partidos.
Después de presenciar lo más esencial del debate me sentí el Felipe de Quino soñando con ser el Llanero solitario, a la hora de pensar en la crónica de este suceso político, al calibrar la trascendencia que lleva aparejada y al lamentar los personalismos mediáticos en cuyo fangal están sumidos los protagonistas de la cosa pública. De verdad, no he dilucidado cuáles son las diferencias entre PSOE y UP en esta astracanada de tres meses de duración. Y lo que te rondaré morena. Tengo la seguridad de que la ministra de Igualdad, Irene Montero, tenía configurada esta norma como el gran logro de su gestión legislativa. Estaba destinada a ser el chupinazo de salida hacia la carrera electoral del último trimestre del año. Se le ha ido por la barranquilla como consecuencia de los defectos comprobados. Y en lugar de acceder a la rectificación, como se espera de quien políticamente yerra, ya sea por ignorancia o por cuestiones técnicas, como Manolito el tendero la ministra se ha empecinado en cerrarse en banda y no rebajar un céntimo el precio del producto aunque se le pudra entre las manos.
Mientras en las filas del PSOE reconocen los avances feministas y sociales de la ley y la predisposición a “no tocar una coma del consentimiento”, en los cuarteles de UP disparan bombas de racimo, cargadas de falsas generalidades y acusaciones fuera de tono, negando el feminismo socialista cuyos logros históricos han propiciado que Irene Montero haya podido soñar el avance de su ley. Es innegable que los gobiernos del PSOE han sido los únicos desbrozadores del camino hacia la igualdad y la defensa de las mujeres en los últimos cuarenta años. Irene Montero, con esta cerrazón, peca de bisoñez política y escenifica, no sé si a propósito o inconscientemente, un oportunismo decepcionante. El hecho de sentirse atacada por la judicatura al aplicar la norma denota una falta de previsión y conocimientos de la realidad del país inaceptables. 
Cuesta trabajo entender la terquedad de una dirigente al considerar únicamente suya una ley emanada del Consejo de Ministros, en la que intervienen otros ministerios, como el de Justicia, dispuesto a corregir los fallos. Por tanto, para no ser tildada de oportunista, la adecuación de la norma debería conducir a Irene Montero a corregir o apartarse del ministerio. Evitaría así una ruptura social y del Gobierno, que su partido no parece desear ni resultará beneficioso para los intereses electorales de la coalición gubernamental de izquierda, cuyos logos superan con creces los tropiezos, por mucho que la propaganda interesada de las derechas alimenten lo contrario. 
Acabada la sesión, a las puertas del Parlamento encontré a la pequeña Libertad buscando a Mafalda, francamente despistada, y nos fuimos a tomar un chocolate con churros, ahora que ya es primavera.

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