Opinión

Del debate a los votos espurios

El ejercicio de debatir no se improvisa, se aprende. Razón por la que vemos debates electorales carentes de interés por mucho empeño que pongan los debatientes. Circunstancia por la cual el encuentro a cinco representantes del día cinco apenas si alcanzó una audiencia de 150.000 telespectadores de media, lo que dejó a más de dos millones de electores desinteresados por el encuentro organizado por la RTVG, diseñado para mayor gloria del candidato del PP. Sin embargo está demostrado que en la repercusión mediática, en el posterior juego de las redes sociales y en las tertulias de tabernas se crece y hace valer la influencia de lo sucedido. De boca en boca circulan los tropiezos, las anécdotas y los bulos creando una imagen poderosa de vencidos y vencedores. De ahí la importancia de debatir, aún con el encorsetado sistema parlamentario pero con limpieza de cara al público. De ahí que durante las campañas electorales debiera ser una norma obligatoria. El equipo de Rueda, como en Madrid el de Feijóo, se ha equivocado cerrándose a un solo encuentro con sus rivales.
El truco de intentar en la TVG que los cuatro partidos de izquierda se enzarzaran en disputas no funcionó y el representante de la derecha se quedó anclado en su solitario desconcierto. Sorprendió, incluso, que Ana Pontón cediera uno de sus tiempos a Marta Lois, quien había pedido la palabra fuera de turno. La cortesía de los posibles socios estaba servida. Cualquier mal pensado pudo suponer la existencia de un concierto para transmitir un Rueda representante de la oposición ante las propuestas de un nuevo gobierno de coaligados. En política no me gusta hablar de vencidos y vencedores, a un debate no se acude para marcar goles, pero la imagen del presidente en funciones, que circula por los mentideros y en la calle, es la de la impotencia y de la huida al declinar asistir a otro encuentro a tres, la próxima semana, en la TVE de Galicia. Las excusas para no acudir pueden llegar a ser patéticas, tanto como pedir un cara a cara con un representante designado por los cuatro partidos de izquierda. Un modo de confirmar desde el PP que la futura coalición es un hecho cordial fuera de toda duda. Y si la no asistencia estaba prevista como salvaguarda tras el soñado triunfo en la TVG, se les ha venido abajo y está empeorando la figura pública del candidato conservador.
Con todo me sorprendió que nadie sacara a la palestra el añejo problema del voto exterior y la necesidad de acabar con una lacra que condiciona nuestra convivencia. En el Censo de Residentes Ausentes (CERA) figuran inscritos 476.514 presuntos gallegos de los cuales apenas 141.000 han nacido en Galicia. El resto nunca ha pisado nuestra comunidad pero pueden acabar decidiendo la composición del Parlamento y el gobierno de la Xunta. En 2005 ayudaron a la caída de Fraga. En 2020 permitieron a Feijóo alcanzar el escaño 42 en detrimento del PSdeG. Antes del voto rogado, en 2005 participaron 105.852 electores CERA. El voto rogado los redujo a 5.204 en 2020. En este 18-F volvemos al antiguo régimen (cuando votaban los difuntos ausentes) y en las filas populares esperan sus votos como agua de mayo, especialmente en las provincias de Ourense y Lugo, donde respectivamente casi el 40% y más del 25% de las papeletas válidas de las dos provincias pueden venir en sacos desde el extranjero. Con una curiosidad añadida, gracias a ellas Vox tiene opción de alcanzar el 5% necesario para conseguir escaño en el hemiciclo del Hórreo. En fin, esto de los votos espurios también es un tema para debate serio y transparente, que no se hace.

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