Opinión

¿Alberto cogerá el petate?

La gota que colma el vaso nunca cae sola al resbalar por el recipiente de cristal como un diamante suelto. Las gotas de agua tienen una fuerte tendencia física a moverse en compañía de otras. Por ello el fracaso de Casado en Cataluña está siendo la lágrima que actúa como fuerza centrífuga frente al escaso poder centrípeto del desnortado líder. A quienes tenemos memoria, las actuaciones del presidente del PP nos recuerdan la errática travesía del desierto de la derecha antecesora, entonces conducida sucesivamente por Verstrynge y por Hernández Mancha bajo las siglas de AP, con entradas y salidas de Manuel Fraga al escenario público. Un tiempo borrado de la epopeya del PP, tan dado a reivindicar las glorias de UCD, donde nada jugaron sus miembros. Su mérito no pasó de recoger restos del naufragio de la coalición de conveniencia liderada por Adolfo Suárez.
Los vaivenes del PP-Casado nos recuerdan aquella pesadilla. Y ese afán por no reconocer o, incluso, inventarse el pasado, les lleva a repetir su verdadera historia. Nunca ha sido cierta la férrea unidad de la derecha, ni bajo el martillo pilón de Aznar. En esta democracia postfranquista conviven muchas derechas, unas sazonadas con centrismo y otras chapadas con extremismos anacrónicos. Pero a Casado no se lo han contado los abuelos y Aznar, su mentor, no tiene el pragmático talento camaleónico, ni la perseverancia, que tuvo Fraga, guiado por la idea decimonónica del bipartidismo alternante, capaz de hacer mutis por el foro y regresar aupado por los aplausos.
Cuando UCD, luego CDS, abandonó el centro, Fraga vio la luz y creó el Partido Popular, transmutando el conglomerado de siglas fundadoras de AP. La repetición de aquella maniobra, que algunos sectores de las derechas reclaman, hoy resultaría fallido. Nadie verá otra cosa que un vulgar lavado de cara. Y el cambio de sede solo televisará la caída del coloso entre las llamas de la corrupción. Como UCD en su día cedió el espacio centrista, ahora el PP puede acabar enterrando el suyo en beneficio de VOX. Una situación nada tranquilizadora para la convivencia futura.
Algunos líderes conservadores autonómicos lo saben y lo temen. De ahí el malestar de Feijoo y de Moreno Bonilla, los dos únicos barones con discursos coherentes. Después del fracaso catalán, el PP-Casado es un flan de escasa consistencia dependiente de Ciudadanos y de VOX para mantener reductos de poder, al margen del feudo gallego. Lógicamente, los movimientos para sustituirlo ya están en marcha. Descartada Díaz Ayuso por su similitud mental con el líder, todas las miradas se dirigen a Galicia y Andalucía. A Moreno Bonilla lo pintan dispuesto a subir peldaños para sobrevivir. Intuye que no repetirá mandato tras la caída de C’s. Y, además, las grietas internas de su poder en la organización andaluza han empezado a estallar en Granada. 
Por su parte, Alberto Núñez Feijoo trata de mantener la calma y el enigma, con su habitual inmovilidad en el rellano de la escalera. Sin embargo, el aumento de la proyección mediática del vicepresidente Alfonso Rueda en los últimos meses, las medidas discrepancias con las directrices de Casado, la lógica necesidad personal de cambiar de aires y el prestigio mediático conseguido fuera de Galicia, entre otras razones, hacen pensar en su disposición a coger el petate e intentar evitar el naufragio. Sin embargo muchos de sus esperanzados partidarios temen que, una vez compuesto el escenario, vuelva a decir que en Galicia se vive mejor. ¿Recuerdan?

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