Opinión

Sólo somos moscas

Esta semana he recibido una llamada telefónica que me ha hecho estremecer. La comunicación me puso la piel de gallina y despertaron en mí los miedos irracionales que me provocaron en los años 80 las numerosas e impactantes películas de terror que hoy son clásicos cinematográficos. Cuando la voz de la mujer de Iberdrola al otro lado de la línea me dijo casi susurrando que me llamaba por lo de la luz, el corazón me dio un vuelco y la imagen de la niña de Poltergeist atrapada al otro lado del televisor impactó como un golpe seco en mi retina. “Corre hacia la luz, Carol Anne”, le decían, como parecía pedirme la empleada de la compañía eléctrica, ofreciéndome también la salvación de los demonios que me querían poseer y quitarme mi dinero por consumir inevitablemente energía eléctrica. 
Otras compañías intentaron también abducirme en los siguientes días, prometiéndome paz para mi espíritu y ahorro para el bolsillo si abjuraba de mi suministradora eléctrica habitual y repudiaba cualquier otra. La salvación al alcance de la mano, siempre que le diera el sí quiero al comercial que me abrumaba con precios de quilovatios hora y endiablados tramos siempre más ventajosos que los de la mezquina competencia. Desfallecido y casi rendido en esta lucha contra el mal, conseguí colgar siempre el teléfono antes de sucumbir a la posesión de estos íncubos inmisericordes, continuando hasta ahora con la misma empresa eléctrica que ya tiene costumbre de cobrarme lo que quiere, pero que me inspira menos desconfianza porque reconozco el sobre que me llega al buzón todos los meses. 
Por muy de moda y muy bonito que sea el pensamiento positivo, soy de los que piensa que las luchas contra lo inevitable son batallas perdidas. Por eso nuestros esfuerzos por vencer a las grandes empresas y corporaciones suministradoras de energía, agua e incluso telefonía -salvo honrosas excepciones- se mueren ahogados en la orilla. Ni que decir tiene que la banca merece estar también en el podio de los golfos apandadores, con artículo propio en otra ocasión.
Por eso -como no somos franceses- no rodarán cabezas y lo que nos queda es lo de siempre, la rabia inútil y el humor, que circula más que nunca por las redes. Si a los Gremlims no se les podía dar de comer a partir de medianoche nosotros tendremos que cambiar nuestros hábitos y cenar aproximadamente sobre esa hora, para a continuación poner el lavavajillas y la lavadora. Nos acostaremos tarde y madrugaremos para planchar mientras ponemos la tostadora y haremos el amor, como casi siempre con la luz apagada o a la luz de las velas, el caso es triunfar y en esto no nos pondremos exquisitos. Temerosos de la oscuridad seguiremos corriendo hacia la luz, pero siempre por detrás de los iluminados que nos gobiernan displicentes con estos atropellos y de los magnates apoltronados cómodamente tras la seguridad del brillo refulgente de los tubos fluorescentes, en los que chisporrotearemos si nos acercamos demasiado. Solo somos moscas.
 

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