Opinión

Qué frío

El volumen de información y desinformación con el que desde cualquier medio nos hostigan y golpean en todo momento nos asfixia y deja cada vez más fríos; helados. La crisis del coronavirus galopa como un hipogrifo violento que corriese parejas con el viento. Y nos preguntamos desde hace ya tiempo, como la Rosaura de Calderón de la Barca: “¿dónde, rayo sin llama, pájaro sin matiz, pez sin escama, y bruto sin instinto natural, al confuso laberinto de esas desnudas peñas te desbocas, te arrastras y despeñas?”

Porque el Covid parece imparable, imbatible hasta el momento; un virus que desborda, que dribla mascarillas y cuyas fintas rompen la cintura de la sanidad de todo el mundo. España supera los cuarenta mil muertos por coronavirus desde el inicio de la pandemia y la presión hospitalaria sigue en aumento, preocupando especialmente el porcentaje de ocupación de las unidades de cuidados intensivos, dispar por Comunidades Autónomas, pero superando ya en algunas el cincuenta por ciento de capacidad. Según estos datos estaríamos en cifras de confinamiento total y, lo que es peor, en un nivel de incertidumbre desconcertante.

A pesar de las medidas adoptadas, los contagios están descontrolados en toda Europa. Francia, sin ir más lejos, lidera este triste ranking con más de 1.800.000 casos totales de Covid, no obstante las duras medidas adoptadas en el país. Suenan ya campanas de confinamiento total en la Unión Europea que podrían suponer o no la contención de la enfermedad, pero que sería la puntillita a la economía global. El desplome del PIB de España auspiciado por el FMI en un 12,8% -el mayor en medio siglo- sonaría idílico si finalmente debemos soportar un encierro de estas características. Sánchez, esté donde esté, tendría posiblemente que remozar los presupuestos que tiene ya a puntito de caramelo y con los que se chupan los dedos Bildu y ERC.

Pero tranquilos, al menos el orden mundial en la nueva normalidad no cambia especialmente. El number one planetario lo sigue ocupando Estados Unidos, campeón con casi 10.000.000 de infecciones y un más que probable nuevo presidente octogenario que haría bien en incorporar una UCI móvil a su servicio de seguridad. Y es en dicha nación gloriosa donde Pfizer, aliada con la alemana BioNTech, está en disposición de fabricar y comercializar la vacuna contra el COVID-19. No todo iban a ser malas noticias y como se dice sin consuelo, algo bueno saldrá de este desastre que todavía nos cuesta creer. Además de los pequeños detalles  -como ese café en la calle en vasito de cartón que nos sabe a gloria o lo bien ventiladas que están las oficinas en invierno- contamos ahora con la radiante felicidad de farmacéuticas, empresas biomédicas y sus mecenas públicos y privados que amasarán una fortuna vendiendo unas fórmulas magistrales efectivas en un noventa y tantos por ciento. O más. Incrementando su cuenta de resultados como un Sputnik desbocado.

Pero seamos prudentes, el propio Ugur Sahin, el científico que ha trabajado en la vacuna ya en fase III -previa a su aprobación y comercialización- advierte que la situación no cambiará drásticamente y que las cosas empeorarán antes de mejorar, debiendo tener en cuenta también que la inmunidad de las dos inyecciones necesarias se circunscribiría al plazo de un año, y vuelta a empezar. Ya no decimos nada de si llegarán a todo el mundo, a cada persona. Solo de pensarlo nos coge un frío que deja en ridículo los menos ochenta grados centígrados que necesita la vacuna para su conservación. ¿No sería conveniente incorporar a profesionales de Coren a los equipos de investigación biomédica? Aportarían soluciones sobre cómo calentar los viales. En cualquier caso, creyentes a pies juntillas de cualquier teoría sobre la pandemia o negacionistas puros desean encontrar la solución que nos devuelva la humanidad que vamos perdiendo cada día. Porque frío e insípido es el consuelo cuando no va envuelto en algún remedio (Platón).

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