Opinión

El campechano inquietante

Pocas instituciones resultan más anacrónicas y alejadas del derecho a la igualdad de las personas que la Corona. Perpetuada constitucionalmente en su carácter hereditario, la monarquía parlamentaria es contradictoria en sí misma por más que se reconozca jurídicamente como forma política de Gobierno. Pienso que esto lo compartirá en mayor o menor medida mucha gente, desde los que recuperarían la guillotina hasta quienes declarándose republicanos se reconocen, sin embargo, juancarlistas. 

Cimentada en el estilo campechano de Juan Carlos I, la Jefatura del Estado transcurrió pacíficamente encarnada en su persona durante casi cuarenta años, a pesar de sus muchas prebendas monárquicas y privilegios reales, nunca mejor dicho puesto que eran de verdad y del más alto nivel. El monarca era tan jovial, tan espontáneo y sencillo que fue poco cuestionado hasta que le pillaron disparando a elefantes que le ponían a tiro y los colmillos del paquidermo muerto pesaron más que los cuernos que le ponía con Corina a Sofía en la corona. 

En este punto de inflexión, el Rey emérito entonó el mea culpa, “lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Pero en este caso, muerto el perro –aquí elefante- no se acabó la rabia, porque como es bien sabido se puede confiar en las malas personas, que no cambian jamás. El campechano se pasó de cachondo y el cachondeo se hizo de pronto evidente incluso para muchos de sus apoyos, quedando el rey desnudo. De ahí a la abdicación, pocos y amargos años. 

Cedido el testigo a su hijo, Juan Carlos I solo esperaba pasar desapercibido y disfrutar día a día las privilegiadas comodidades de un retiro dorado. Pero la Fiscalía no se fía. Privado de su inviolabilidad se ve investigado sin piedad, porque el Rey campechano metió la mano. Presuntamente ocultó casi sesenta y cinco millones de euros en comisiones ilegales percibidas por la concesión del AVE a la meca. ¿Y solo habrá sido el AVE? No se sabe. Pero apunta a que sería una pequeña muestra de corrupción en el curso de una larga vida disipada. 

No le vengan con la Ley, ahora ya no es Rey. La opinión pública da por descontadas las corruptelillas o crímenes reales que a nadie sorprenden, aunque suponen una carga de profundidad contra la Jefatura del Estado encarnada en Felipe VI, el monarca más preparado que ahora marca distancias. Una dolorosa distancia de seguridad que deberá ser mayor que la exigida por el Covid-19, puesto que dos metros se antojan escasos con la que está cayendo. 
¿Y qué opina el Presidente del Gobierno de esta situación? La noticia le ha parecido cuando menos inquietante. No preocupante, no indignante. Le preocupa, le desasosiega por tanto. No tengo dudas de que el Rey emérito se librará del rendimiento de cuentas y que si la cosa se pone fea arreglará para pasar antes a mejor vida. Para ser recordado con honores como Juan Carlos I El campechano. Esto es definitivamente tronchante; inquietante me parece, cuando menos, Pedro Sánchez.

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