Opinión

A ver qué industria nos cargamos hoy

Se ha escrito ya abundantemente sobre Garzón y su reciente afirmación sobre que los españoles deberíamos consumir menos carne. Efectivamente, todo el mundo puede cambiar de opinión. Faltaría más. El que en su “modesta boda” para doscientas setenta personas y modesto viaje a Nueva Zelanda y ofreció a sus invitados un menú a base de carpaccio y solomillo de ternera que acompañaban al bogavante y langostinos de Huelva, dice ahora que consumir carne perjudica a la seriamente a la salud y al planeta entero. Lo dice, sin ni siquiera pedir perdón a los comensales que acudieron a su boda y que sin duda maltrató al obsequiarles con sustancias tan nocivas para integridad humana. Rectificar es de sabios, naturalmente. Pero resulta que, cada vez que este individuo abre la boca, la lía. Y lo ha vuelto a hacer. Por eso, no creo que sea un exceso redundar sobre el asunto.
Me imagino al ministro comunista que, por cierto, había dicho  que “el único país cuyo modelo de consumo es sostenible y tiene un desarrollo humano alto es Cuba” (dixit), levantándose en su casa de la Costa del Sol pensando: “A ver qué industria puedo cargarme hoy”. Solo tienes que empezar a hablar, Garzón.
Asegura en su campaña que el 14,5% de las emisiones de efecto invernadero provienen de las explotaciones ganaderas. Quien no se le conoce trabajo productivo alguno, salvo el de pulular entre la burocracia de departamentos universitarios, ha dado con el culpable del calentamiento global: la vaca. Y por extensión, toda la industria de la carne de España. 
Esa industria, en su conjunto, ha exportado en 2020 (año de pandemia) un total de tres millones de toneladas de productos cárnicos por valor de 9.000 millones de euros, da trabajo a cien mil personas y tiene un tejido industrial de tres mil empresas distribuidas por toda la geografía española, especialmente en zonas rurales. Pero ¿no estábamos preocupados por la despoblación y la España vacía? Pues viene este iluminado a cargarse el cuarto sector industrial de nuestro país. Así, sin más. Qué bien se mueven algunos en el teatrillo verde, resilente, inclusivo o sostenible, pero qué rematadamente incapaces son para la economía real. Suben el salario mínimo, suben los costes de energía, los de transporte y obligan a los productores a vender por una miseria sus productos. Y en esto, viene el ministro del ramo y, como haciendo amigos, nos dice que debemos de dejar de comer carne. Justo en los días en los que los cubanos salen a la calle para clamar por libertad y comida. Habría que decirle al ministro que lo verdaderamente perjudicial para el ser humano es no poder comer carne, como desgraciadamente pasa en la dictadura cubana a la que tanto admira.

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