Opinión

Nada. Nada claro

El liberalismo no tiene respuestas para todos los escenarios y todas las situaciones. Al menos no tiene una sola. Como no las tiene ninguna corriente política que no utilice la violencia y la represión para dar soluciones a todas las cuestiones que se presenten. Y sí que en ocasiones, al menos para el que suscribe, aunque sus principios son los más aptos para el desarrollo y progreso de los individuos, las dudas afloran.

Afganistán. Es estremecedor ver las imágenes y escuchar los testimonios desgarradores de quienes están condenados a tener que vivir de nuevo bajo un Estado de terror infinito, ajeno a todo progreso y libertad, dominado por castas que no quieren que el país salga de algo parecido a la edad de piedra. Pero ¿significa esto que debamos defender una posición intervencionista en la política internacional? ¿Resulta viable un proyecto de democracias liberales para todos los países auspiciado por potencias occidentales? ¿Estaría disculpada la intervención militar en un país que sometiera al 90% de su población a un régimen esclavista? ¿Cuándo, y cuándo no, sería justificable una invasión militar en el extranjero? ¿Es criticable la intervención americana que liberó a Europa del Nazismo? No es fácil responder a estas preguntas.

Después de veinte años de ocupación, el próximo 31 de agosto las tropas internacionales abandonarán Afganistán, dejando en manos de los talibanes el control absoluto del país. Las mujeres tendrán que supeditarse a la Sharía y decenas de miles de personas que trabajaron para la ocupación claman desesperadas al encontrarse sus vidas y las de sus familias amenazadas de muerte por su colaboración con el gobierno Afgano. Es evidente que, justificada o no, oportuna o no, el proyecto liberalizador de Afganistán ha sido un fiasco.
Es probable que el fracaso tenga su razón de ser en el complicado equilibrio que ha de haber entre las fuerzas que componen un Estado reformista y la sociedad sobre la que se asienta. Sin haber contado con la complicidad de las bases de la sociedad, de sus castas, de sus clanes, es muy complicado que ésta acepte los postulados determinados por una potencia “invasora”. Incluso cuando se intentan establecerse instituciones modernas e incluyentes, resulta muy complicado su arraigo si la sociedad de base las rechaza mayoritariamente. Y en mi opinión, no se hizo un buen trabajo en este sentido, asumiendo que mi juicio se produce a toro pasado.

Ahora, que dejamos bajo el yugo del ultraconservador fundamentalismo islámico a 40 millones de afganos, es cuando surgen las dudas. Siendo puristas, deberíamos defender una posición claramente no intervencionista en la política internacional. Pero ¿no es esta una crisis humanitaria? La diferencia es que Afganistán no tiene petróleo, solo tiene seres humanos.

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