Opinión

Me llamé William

Algo raro pasa cuando me he levantado queriendo ser inglés; a pesar de todo. Pero es que otro día quise ser francés… y otro, me sentí estadounidense. Suele presentarse esta propensión metamorfósica cuando advierto una exaltación forastera que evoque cualquier lucha histórica por la igualdad, la democracia, la justicia o la libertad. Y el recuerdo de quienes han sido sus inspiradores.

Estos días de Navidad se han convertido en días familiares y tardes de reposo, descanso y también, cómo no, de cine. Momentos oportunos para volver a ver y, de paso, descubrir la película AMAZING GRACE (Michael Apted, 2006) a quien no había tenido todavía la ocasión de disfrutarla. Reconozco mi labor evangelizadora en este caso. De nuevo, no volvió a defraudar.

Narra la vida de William Wilberforce, político, filántropo y abolicionista británico que dirigió la campaña parlamentaria contra la trata de esclavos, en contra de los intereses económicos de algunos de los hombres más poderosos de su época. La citada película responde al nombre de un popularísimo himno popular que transmite el mensaje cristiano de que el perdón y la redención son posibles a pesar de los pecados cometidos. Fue escrito por un antiguo capitán de un buque negrero que, huyendo de sus pesadillas, se ordenó sacerdote con posterioridad y ayudó a Wiberforce en su difícil y ardua empresa abolicionista.

Tanto el protagonista como la canción forman parte del legado ya no británico, sino universal, del hombre como héroe y promotor del progreso y las libertades. Lo que pasa es que, son ellos, los british, los que perseveran en honrarlo y cuidarlo. Wiberforce está enterrado en Abadía de Westminster, junto a decenas de militares, políticos, científicos, reformadores sociales e intelectuales de la talla de Darwin, Livingston, Hawking, Newton, Chamberlain, Olivier o Dickens, entre otros muchos y junto a un innumerable conjunto de memoriales dedicados a Churchill, Wilde, Shakespeare, Blake, Byron, ...

Existe sin embargo un patrimonio mundial de ilustres residente en España al que los propios españoles hemos abandonado e ignorado, cuando no, saboteado. En este país saltarían todos los moralismos progres si se sugiere que haya un memorial de Miguel Hernández en cualquier catedral… ¡Como si Stephen Hawking hubiera visto a Dios para descansar en Westminster! Fracasó el proyecto de creación de un panteón de españoles ilustres, al contrario de lo que sucedió en París (Panteón), Lisboa (Monasterio de los Jerónimos), como si una fuerza superior impidiera inagotablemente que podamos crear cualquier cosa que pueda llegar a unirnos.  

Serán raritos los ingleses, pero a nosotros, no nos gana nadie. Seguimos pendientes de lo que piensa Amador Mohedano. Que disfruten con salud de lo que votaron.

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