Opinión

La ignorancia es temporal, la estupidez es para siempre

Efectivamente, existe un debate sobre las macrogranjas. Sobre éstas y también sobre la agricultura intensiva o las piscifactorías. Un debate real basado fundamentalmente en tres pilares: gastronómico-nutricional, ético y medio ambiental. Es decir, la diferencia de sabor y propiedades de un producto cultivado o criado en un entorno totalmente natural, el respeto a las condiciones de vida de los animales antes de que lleguen a nuestro plato (sin tratamiento hormonal, antibiótico ni fertilizante) y el coste medio ambiental derivado de la producción de alimento para cubrir las necesidades de los casi 8.000 millones de personas que habitan el planeta Tierra.

Todo en este mundo puede y debe cuestionarse. Incluso las cuestiones más extendidas y arraigadas, porque está también en cuestión que la llamada agricultura sostenible sea tan sostenible como se vende o que la intensiva sea tan dañina para el medio ambiente como se cree. La agricultura intensiva, por ejemplo, resuelve en parte el grave problema de la ocupación de tierra para el suministro alimenticio humano, que hoy ya es del 43% de la superficie disponible, y que tendrá que aumentar significativamente para el abastecimiento de las 2.500 millones de personas que incrementarán la población del planeta en 2050. 

Pero una cosa es que el debate desencadene una reflexión interna en aras de fomentar unos estándares de calidad alimenticia crecientes, a la vez de garantizar el bienestar animal, y otra cosa es que a un ministro del Reino de España se le ocurra el disparate de radiar al mundo entero, a través de una entrevista concedida al diario británico The Guardian, que “lo que no es en absoluto sostenible son las llamadas megagranjas. (…) Contaminan el suelo, contaminan el agua y luego exportan carne de mala calidad de estos animales maltratados”, cuando esta industria significa nada más y nada menos que el 5% del PIB español.

Desde la II República, ningún comunista volvía a formar parte del Gobierno español. Lo hizo realidad la coalición PSOE-Podemos, que encaramó a Alberto Garzón para pilotar el Ministerio de Consumo. El autor del famoso tuit: “El único país cuyo modelo de consumo es sostenible y tiene un desarrollo humano alto es… Cuba”, es la persona que actualmente vela por la protección de los derechos de los consumidores españoles. Parece que se levantase pensando que industria se va a cargar ese día; la de la carne, el turismo, el azúcar o los juguetes, todas ellas actividades que han mantenido en pie a nuestra economía durante décadas.

La ignorancia puede ser temporal y admitirse, pero nunca puede ser consustancial a ningún ministro de un país como España. A un Ministerio se viene aprendido y en un Ministerio no cabe la estupidez, por mucho que insista. Este señor, al que no se le conoce ocupación diferente a la de pulular por cómodos departamentos de la peor casta universitaria, ha puesto en pie de guerra a toda la industria cárnica, precisamente de la tan maltratada España vaciada, y a la que quiere desacreditar a nivel internacional. Su propuesta anti pobre: carne ecológica, pescado del día y agricultura orgánica. Se lo podrá permitir él.

Por su negligencia, su temeridad e inmensa ignorancia, debe ser destituido de forma fulminante.

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