Opinión

Los hombres también lloran

Un terrible accidente cambió mi vida para siempre. Le siguió la ineludible rehabilitación física y emocional, no siempre fácil y agradable; más bien al contrario. Al proceso acude, furtiva, la absurda culpabilidad o, incluso, cuestionamientos de tu inmerecido dolor. El cráneo astillado, las vértebras trituradas, el hombro perdido y las diez costillas que quisieron ser pitones para los pulmones, se quedaban en nada en comparación con el sufrimiento infinito que pudieron tener las familias de los ochenta fallecidos y del de decenas de vidas que aquél maldito tren desfiguró.
Sin embargo, un terapeuta de los que tan bien me acompañaron, me hizo ver que cometía un peligroso error al subordinar mi dolor al de los demás, por muy penoso que éste me pareciera con relación al propio. Me pidió que conectara con él, que lo atendiera, que lo tratara. Porque era el mío, porque me dolía, y porque me correspondía hacerlo; por salud. Se trataba de asimilarlo, de gestionarlo debidamente y evitar que se cronificara, con independencia de supuestas correlaciones con los ajenos. Y olvidarse del paradigma: un mal no debe obviarse porque exista otro peor.
El abominable y preponderante maltrato a mujeres por parte de sus maridos, parejas, y ex parejas, que pretenden retrotraer el ámbito doméstico a la Edad Media, es una monstruosidad repugnante que hay que erradicar. Pero su magnitud y dramatismo no puede tampoco solapar otro contexto de violencia intrafamiliar ejercida contra menores, abuelos y también, hay que decirlo, contra los hombres, en este último caso, largamente ignorada. Y no me refiero a la física, evidentemente residual, sino a la emocional.
Una violencia sin apoyos ni recursos legislativos delirantes y que se manifiesta de una manera muy diferente; con naturaleza, causas y consecuencias distintas, de escasa credibilidad social, muy raramente denunciada por considerarse, la mayoría de las veces, un estigma social y tabú para muchos hombres. Si el postfeminismo no solo les niega la vulnerabilidad, sino que fomenta la aversión del varón como sexo y todo lo relacionado con lo masculino, ¿cómo van a otorgarles credibilidad como víctimas?
El maltrato psicológico a hombres por parte de sus esposas, parejas y ex parejas, también existe, como Teruel. Responde a estándares persistentes de acoso, hostigamiento y abuso, con trascendencia inmensamente superior a los de una bofetada y se manifiesta en el chantaje emocional, la alineación parental, la extorsión social, la desvalorización, la bondad aparente, o la imposición de conductas. Patrones que inevitablemente se proyectarán en los hijos y que abocan a graves problemas de autoestima, depresión, soledad, agresividad, adicciones, … Prohibir al varón sufrir por el hecho que la estadística diga que haya nueve mujeres agredidas por cada hombre maltratado es una ignominia y no reconocerlo, inadmisible.
Disfruten con salud de lo votado.

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