Opinión

Burka cultural

Partamos de una premisa. Estudiar el pasado, analizar los hechos históricos y estudiar la razón por las que las cosas ocurrieron, ayuda a entender el presente. De esto no cabe ninguna duda. Incluso, podríamos justificar la condena de una actitud actual por no haber aprendido de aquello que nos enseñó la historia y acontecimientos pasados conocidos. 
Lo que sí que supone un craso error, en mi opinión, es juzgar de forma anacrónica el pasado con la perspectiva actual. Entiéndanme, cada cual es libre de pensar y expresarse de cualquier manera (incluso ofendiendo); pero por esa misma razón, es por la que me expreso con libertad y afirmo que resulta de imbéciles censurar hechos pasados con valores morales actuales, sobre todo, para generar rechazo a un hecho histórico. Es posible que de forma intuitiva, nuestra mente nos juegue una mala pasada y   de forma inconsciente analicemos un suceso histórico con la época que nos toca vivir, dejando de lado el contexto en el que sucedieron los acontecimientos. Pero rápidamente hemos de prevenirnos de este error conceptual que tergiversa nuestro seso despistado. La concepción presentista de la historia, el continuo revisionismo de episodios pretéritos, pugnan por convertir la conquista América en un genocidio, a gran parte de la intelectualidad ilustrada en racistas o, al mismo personaje de ficción Astérix, en un machista perdido. Hemos sabido que recientemente, en algunas  escuelas de Canadá, se han quemado  5.000 libros  por considerar que propagan  estereotipos sobre los indígenas; entre ellos cómics de Tintín, Astérix y Lucky Luke.  
Ya sucedió en la España de la Inquisición, con la quema de libros prohibidos por el Santo Oficio en los territorios de la Monarquía Hispánica. En su búsqueda de la hegemonía cultural, también Goebbels ordenó en 1933 la destrucción de cientos de miles de libros de autores sospechosos de no alinearse con los dogmas nazis.
Hay quienes no se resignan a juzgarnos bajo la perspectiva de género, racista o climática. No censuran solamente comportamientos actuales, sino que, en su ánimo evangelizador, aspiran a extender universalmente su dictadura ideológica hasta límites grotescos; sin el más mínimo recato. Llegan hasta el más recóndito del comportamiento humano, más allá de los muertos. En su afán del borrar cualquier vestigio de elementos que puedan inducir a la herejía a sus fanáticos creyentes, arrasan contra toda manifestación que vaya a contracorriente de lo políticamente correcto, aunque esta sea parte de la cultura y  el saber de nuestra civilización. 
El poeta Heinrich Heine escribió: "Donde se queman libros, al final también se acaba quemando gente". La sinrazón fanática y el burka cultural.

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