Opinión

8-M ¿nada ha cambiado?

Las manifestaciones por el derecho al voto, la igualdad de sexos y la mejora de las condiciones de trabajo de las mujeres se remontan al siglo XIX. Eso quiere decir que las mujeres llevaban dieciocho siglos reclamando los derechos que les equiparasen a los hombres, motivo que parece más que suficiente como para tomarse en serio la histórica y lamentable injusticia que se ejerció contra los derechos fundamentales de este colectivo social.
El objetivo de las feministas liberales que a finales de 1800 se manifestaban para lograr el voto de las mujeres, no era otro que alcanzar su libertad individual, renegando de cualquier tradición o gobierno que restringiera el ejercicio de la libertad personal. 
Afortunadamente en occidente, en su amplia extensión, el ordenamiento jurídico ampara y asimila actualmente los derechos para todas las personas, independientemente de su sexo y condición sexual. El acceso a todos los derechos se encuentra felizmente garantizado. Hay que trasladarse a las sociedades más primitivas, subdesarrolladas y fundamentalistas para darse de bruces con una realidad bien distinta.
En este contexto ¿tiene sentido la celebración del día mundial de la mujer, el 8M? Pues en mi opinión, sí. Y lo digo por recordar toda aquella admirable lucha por la igualdad de derechos. Pero lo que me cuesta entender es la razón por la que no recordamos la efeméride con una celebración festiva, alegre, integradora, y sí con una suerte de mensajes trufados de lenguaje violento, agresivo, excluyente, sectario… Como dando la razón a quienes piensan que tras ellos se esconden conductas que resucitan circunstancias afortunadamente pasadas y amortizadas, para rentabilizarlas en beneficio propio. Reaniman artificialmente conciencias ya curadas y cicatrizadas. Provocan el rechazo de otras, necios que responden de manera igualmente agresiva. En el ecosistema de la confrontación es donde se regocijan. 
Tan solo por hacer esta reflexión, pueden acusarme de machista, permisivo, negacionista… y propagar a los cuatro vientos: “¿veis como nada ha cambiado? ¡A luchar!”, sin entender que estoy tan lejos del machismo como del feminismo. Creo en la igualdad de derechos y oportunidades, y cuando estas sean conculcadas, en la Justicia. Pienso que cualquiera puede estar en el derecho de criticar en qué se ha convertido esta reivindicación sin reprochar sus fundamentos. Cuando se exige libertad de expresión, hay que resignarse a escuchar también lo que no gusta. Como no me gusta, claramente lo digo, la llamada Ley de Violencia de Género, que debiera haberse llamado de violencia doméstica, para no excluir a cualquiera que en el seno familiar sufra maltrato y para evitar vulnerar la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, introduciendo el concepto de discriminación positiva para aplicar penas diferentes en función de si el hecho lo comete un hombre o una mujer.

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