Opinión

La línea

No se han acabado de recoger los cascotes ni de llevar a los almacenes las estatuas derribadas en las últimas semanas después de las manifestaciones antirracistas tras la muerte de George Floyd, sin que los autores de esos desmanes fueran capaces de situarse en el tiempo histórico en el que los apeados de su pedestal realizaron sus hazañas o descubrimientos, cuando nos encontramos con un nuevo episodio de iconoclastia esta vez con un solo protagonista, el rey emérito, Juan Carlos I, a quién algunos partidos quieren retirarle todos los homenajes recibidos en forma de calles, hospitales y centros públicos de toda clase y condición por su conducta impropia en los últimos años en relación con casos de corrupción económica. Los independentistas y los ayuntamientos del cambio ya comenzaron su labor de revisionismo eliminando la simbología juancarlista, descolgando sus retratos o bien ocultando sus bustos. Quizá habría que distinguir entre los reconocimientos recibidos cuando se premiaba su contribución a la democracia y el tiempo posterior. Lo difícil es trazar la línea divisoria.   

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