Opinión

Apocalipsis

Sabiendo como se sabe que la verdad está repartida y dispersa, asombra que entre los 47 millones de españoles haya tan pocos que se hagan el propósito de recolectarla, de reunirla, siquiera para no llevarse un disgusto cuando, por fin, haya un gobierno. La verdad que lo va trayendo, dispersa en extremo, lo mismo determina el disparate que supone un gobierno de España nacido gracias a los que quieren separarse de ella porque no la quieren ni un poco, que lo avala con naturalidad por tratarse, sencillamente, del ejecutivo formado por el partido que ganó las elecciones.

La vida requiere como indispensable asumir las contradicciones, que es el material, por cierto, del que está hecha la criatura humana, y más la criatura humana española. Pero en éste trance, en el que una cantidad regular de los diputados electos representan a una porción de españoles a los que no parece hacer mucha gracia seguir siéndolo, la asunción de las contradicciones se antoja más indispensable que nunca. O dicho de otro modo: tan cierto es que los dos millones de separatistas catalanes adquieren, con la abstención en la investidura de Sánchez de algunos de sus representantes, una fuerza y un dominio que su porcentaje en el total de la población no autoriza, como que no queda otra, pues así lo han determinado las urnas tantas veces consultadas en los últimos tiempos.

Lo terrible, para quienes la contradicción, la vida, constituye una molestia insuperable, es que todos tienen razón, y ninguno la tiene toda. ¿Qué van a hacer los secesionistas catalanes sino lo que les dicta su inclinación, y más ahora que reglamentariamente pueden fortalecerla, bien que con el auxilio añadido de potencias extranjeras? ¿Y qué vamos a hacer los que creemos en la soberanía total e innegociable del pueblo español sobre su solar, sobre cuanto contiene y sobre la articulación racional de su convivencia, sino oponernos al despojo que la facción carlistona e indepe pretende hacer, porque le sale de los mismísimos, de su patrimonio comunal? Todos somos hijos del mismo dios, que a lo mejor es ninguno y somos huérfanos todos, de suerte que merecemos todos, excepto los violentos en cualquiera de las formas de la violencia, idéntica consideración y respeto. Los de derechas y los de izquierdas, los unionistas y los separatistas, y a fin de que esa convivencia contradictoria no acabe como el rosario de la aurora tenemos la democracia, la política, las elecciones, el parlamento y todas esas cosas. De ahí saldrá el Gobierno, que no, a menos que nos empeñemos mucho, el Apocalipsis.

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