Opinión

No hay milagros ni castigos divinos, hay ignorancia

Ayer me pasaron un correo con las imágenes mas espeluznantes del Tsunami que hace ya mas de tres años nos dejó a todos boquiabiertos y con la consabida multitud de preguntas trascendentes y sin respuesta, una vez mas. Tras múltiples escenas de riadas interminables llevándose por delante todo lo inimaginable, la resaca de la tragedia era si acaso mas impactante, con los mayores destrozos nunca conocidos por nuestras generaciones y con la exposición de miles de cadáveres por todas partes, cerrando el reportaje la imagen de un hombre que lo había perdido todo, implorando a voz en grito: “Dios, donde estás”.
Evidentemente, para un agnóstico esa no es la pregunta, al no esperar nada de dios alguno, ya que analizado bajo la luz de la razón resulta imposible la existencia de un dios bueno y todopoderoso al mismo tiempo, ya que cualquiera de nosotros, sin ser dioses, si fuéramos todopoderosos hubiéramos evitado con absoluta seguridad esa inmensa tragedia, que en el campo de las divinidades solo puede explicarse bajo la presencia de un dios todopoderoso, pero no bueno, es decir, un dios a la antigua usanza, ya que imaginar lo contrario, un dios bueno pero no todopoderoso, no solo cae de pura hipótesis, sino que es vivir, irresponsablemente, de espaldas al mundo, típico de aquella canallada de quien, ante la tragedia general, agradece a su dios que lo haya salvado.
El ser humano, en general, existe con la convicción de que las cosas han de tener un porqué, y que además ese resultado de la cuestión ha de responder a un ideal de justicia.
La historia, la ciencia y el conocimiento de las cosas en general, nos han ido demostrando que efectivamente todo tiene un porqué, que nada tiene que ver con designios divinos ni zarandajas por el estilo, aunque nada responde, necesariamente, a nuestro ideal de justicia. La ignorancia ha tendido siempre a atribuir cualquier mal, bien a un castigo divino, o al omnipresente Satanás, un tipo con el que al parecer no puede ni dios (otro sinsentido), ya que sigue siendo un instrumento imprescindible para el negocio de las almas a la hora de acojonar al personal y ofrecerle refugio en sus fantasías, males que con el transcurrir de la ciencia se van conociendo en origen, contribuyendo a desmontar ese mundo de ignorancia del que tantos sacan y han sacado partido, a lo largo de los siglos.
El Tsunami no fue castigo divino alguno, ni despiste del “creador”, sino simplemente un plegamiento geológico subterráneo, que al quebrar levantó una ola descomunal y por un tiempo hizo subir el nivel del mar de forma absolutamente inusual, llevándose por delante todo lo que iba encontrando. ¿Qué eso es una prueba más de que no existe dios alguno? No necesariamente, aunque si prueba que las supuestas atribuciones de bondad a la existencia de un dios no son correctas. Como agnóstico, ante la pregunta de la posibilidad de existencia de algún dios que regule todo este tinglado, he de decir, como es lógico, al igual que todo bicho viviente, que de eso nada sabemos y que si existe, pasa de todo, o bien tiene otras atribuciones distintas a las que los crédulos le asignan. Tampoco es válido aquella bobada de que los designios de dios son inescrutables, porque si es así ¿a quien puede interesarle tal sujeto?, cuando al rebaño se le asegura que son seres hechos a su imagen y semejanza. Habla claro, coño.
Ante las preguntas trascendentales de la metafísica y de la búsqueda del conocimiento, solo existen dos caminos, el mas noble de reconocer que nada o muy poco conocemos sobre el particular, que hay que vivir con ello y que en todo caso pasa por acercarse al camino del conocimiento para ir descubriendo nuevas posibilidades e ir indagando en ellas, o el de quien tira la toalla y se acoge a soluciones prefabricadas con mas fallos que una escopeta de feria, pero donde esconder el ala amparados en la negación del conocimiento, es decir, en la fe, algo que en el colmo del cinismo, los pastores han acabado por convencer a las ovejas de que se trata  de ¡un don!, amparándose en el argumento mas convincente en los mediocres, la masa, o en la comodidad de no investigar, ni buscar, ni pretender dar uso a esa característica racional del ser humano que es la inteligencia, el ansia de conocimiento y la conciencia de nuestras actuales limitaciones.
Quizá el Tsunami valga para que algún ser pensante admita que es absurdo entregarse al mundo de la fantasía y pedir explicaciones al viento. Las explicaciones, las causas y las consecuencias son claras, hoy conocidas y tangibles, ya que afortunadamente el devenir de la historia ha ido superando bobadas como la desaparición de Sodoma y Gomorra como castigo divino y mentiras interesadas por el estilo. Las cosas ocurren siempre por razones explicables, mas o menos conocidas. Otra cosa es tratar de buscar la justicia en ellas, un concepto ajeno al funcionamiento de la física o la biología y por tanto de los motores que rigen la vida conocida.
Evidentemente, ello no impide que en el fondo podamos tener la esperanza de encontrarnos con otra vida al final de esta, una bonita esperanza que no ha sido corroborada seriamente por nadie hasta ahora, pero que de alguna manera forma parte de un anhelo colectivo, que todo lo mas ha de mover a la ilusión, pero resulta absurdo, en seres racionales, afirmarlo con causa en un supuesto dios concreto, hasta el punto de dar la vida, o dedicarla a ello, como hacen tantos fanáticos y fanáticas al uso.
No hay milagros, ni ausencias, ni castigos divinos, hay ignorancia, cobardía, miedo al desamparo, irresponsable comodidad y renuncia a la búsqueda del conocimiento en libertad. 

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