Opinión

¿Ceguera o mal de ojo?

El pasado domingo, dos artículos de Atlántico Diario tocaban  aspectos fundamentales de las carencias del urbanismo vigués.
Uno de ellos trataba sobre el proyectado túnel de Beiramar, incluyendo un esquema de la sección de dicho túnel, al que le falta algo fundamental para la ciudad, un asunto del que ya he tratado sobradamente con anterioridad, una tercera planta subterránea para el tránsito del ferrocarril que ponga en comunicación la actual estación de Guixar y el puerto con Bouzas, para desde allí subir a Citroen y seguir posteriormente hasta la proyectada estación de Baruxans en la Av. de Madrid, para iniciar la tan pretendida salida sur de la ciudad, algo que expuse bastante antes de el enorme error de ampliar la estación viguesa, que siempre debió proyectarse en su actual y “provisional” emplazamiento (céntrica y en el puerto), al igual que la central de autobuses, ya que el túnel bajo la Gran Via no es más que un viejo deseo de muy difícil consecución, claro que para ello era imprescindible una total y lógica sintonía Ayuntamiento-Puerto, algo que desgraciadamente en esta ciudad, nunca ha sido posible por la ambición política de personajillos que solo han pretendido chupar poltrona, auténticos enemigos de la ciudad.
El otro artículo hacía referencia a “nueve islas en el interior de Vigo”, amplias zonas del interior de la ciudad, no urbanizadas, como monumento a la escandalosa falta de gestión urbanística, tradicional en Vigo, zonas de las que ocho de las citadas, como el espacio entre Travesía de Vigo y Aragón, el barrio de Ribadavia, la Seara, Espedrigada, Carballa, Coia Sur, Bouzas y Coia Norte, a las que habría que añadir Orillamar y el pretendido Parque ofimático, olvidándonos de la banda sur de la Gran Via, son amplias muestras de ello y de una consentida y escandalosa especulación por parte de sus propietarios, quienes nada han hecho ni hacen por gestionar sus propiedades, por urbanizarlas, ni por sumarse a un proceso de ciudad, y que por el simple hecho de que sus abandonadas y rurales leiras hayan sido calificadas, han estado años pidiendo la luna por sumarse a un proceso, hoy parado, por el que el Ayuntamiento no solo no ha hecho absolutamente nada por impulsar, como era su obligación al haber calificado los terrenos, sino que ha puesto todas las dificultades posibles.
Otra cosa es Barrio del Cura, un espacio mas céntrico que los citados, en el que un personaje enamorado de la ciudad como es Valery Karpin, decidió en su momento quemar ahí sus naves, adquiriendo propiedades desde el mayor respeto y trato exquisito a sus moradores, y dando todos los pasos que en puridad precisa cualquier iniciativa urbanística para salir adelante. Al igual que en su momento ocurrió con Panificadora, solo la canallesca guerra política entre distintos partidos impidió, y lo sigue haciendo, que ambas iniciativas prosperaran y se fueran complicando hasta hacerse prácticamente irrealizables.
Algún día habrá que escribir la verdadera historia de los entresijos urbanísticos de esta ciudad y de sus gobernantes, anclados en una demagogia insultante, su mediocridad, sus mentiras, sus corruptelas, sus miserias y el interminable rosario de dificultades que han ido poniendo al crecimiento de la ciudad, aunque dudo sinceramente que interesen a nadie. Ver como, a juicio de quien lleva toda su vida dedicada al urbanismo, actuaciones como Finca do Conde o el edificio del colegio de arquitectos, por poner un mínimo ejemplo, actuaciones ambas con tal número de irregularidades (presuntas, no vaya a ser) difíciles de igualar, y que las anteriormente citadas actuaciones, intachables urbanísticamente en su momento, sigan ahí perdidas, masacradas y condenadas al ostracismo desde el propio ayuntamiento, al igual que ha ocurrido casi siempre que algún iluso pretende invertir en la ciudad, es francamente descorazonador.
Es cierto que a Vigo le acompaña el hándicap de no ser capital de provincia, con todo lo que ello hubiera supuesto de ventaja, pero ello no justifica el que desde hace ya más de 40 años, la más absoluta mediocridad política se haya apoderado de la ciudad y haya transformado a su ayuntamiento, desde una efectiva entidad de gestión, hasta una implacable maquinaria paralizadora de toda iniciativa, anclada en sus posicionamientos de frustrante inactividad, un telón de acero contra el que estrellarse a la hora de pretender poner algo en marcha en bien de la ciudad.
Vigo precisa a su frente de gente, con ganas de impulsar la ciudad, de buscar inversiones a las que potenciar, de hacer gestión y sobre todo de darle una vuelta radical a la maquinaria administrativa, una maquinaria que vuelva a servir para ayudar al administrado y a la ciudad a crecer, no a ir a la caza de quienes, como Karpin y otros, han creído, ingenuamente, en quienes tenían la noble misión de luchar por el enorme potencial de una ciudad como la nuestra.

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