Opinión

Los viejos privilegios

Hace unos días, le preguntaba a un amigo tan escarmentado y descreído como yo mismo, cómo  es posible que esta izquierda de nuevo cuño, perfumada y divina del siglo XXI, se haya dejado embaucar por los postulados nacionalistas cuyo único sustento es una de las derechas más cerriles, poderosas e intolerantes de Europa, meapilas de decimonónica beatería para mayor abundamiento. Cómo resulta posible –nos preguntábamos ambos- que las canteras de jóvenes que rellenan los partidos de esta izquierda moderna que alienta desde Compromis a Sumar, de Podemos a Mareas o de Más Madrid o este PSOE rediseñado que poco o nada tiene que ver con el  veterano e incansable partido que fue a partir de la clandestinidad hasta que Zapatero lo puso todo perdido, hayan caído rendidas ante el embrujo de una derecha insensible, elitista, insolidaria y encastillada en años y años de tratos de favor y  absurdos privilegios.
 Esta izquierda siglo XXI se inspira paradójicamente en viejísimos preceptos. Son nacionalismos ultraconservadores decimonónicos de  ideas excluyentes, cimentadas en minorías burguesas defendidas  a tiros por requetés, trabucaires o especialmente aquel somatén parapolicial del tiempo de Primo de Ribera. “Somos atentos” decían llamarse mientras reventaban las huelgas en las fábricas de Cataluña y perseguían huelguistas a golpe de porra y pistola. 
Esta izquierda alegre e irreflexiva que apuesta por el compromiso nacionalista, no se ha planteado por tanto con rigor cultural y sentido político a quien está defendiendo. Estamos ante la herencia de la intolerancia carlista que se alzaba contra el avance, la liberalidad y el progreso a la voz de “Dios, patria y fueros viejos”. O ante los acaparadores de inmensas fortunas cuajadas en la explotación de los emigrantes charnegos –e incluso la esclavitud en Ultramar- practicando un capitalismo salvaje y exclusivo disimulado por el ideario católico romántico de mosén Verdaguer que acabó cuajando bajo la protección de las bóvedas de Montserrat y su comunidad de monjes montañeses.
La militancia antifranquista antes y después de la guerra civil no otorga patente de bondad ni certificado de pureza democrática y defensa de los intereses del pueblo por sí misma. Los partidos burgueses nacionalistas que tanto inspiran y enamoran a la joven izquierda de hoy lo fueron. Y republicanos algunos también, pero eso no los hace por definición buenos. Mi amigo y yo seguimos sin explicárnoslo. Que alguien nos ilustre.

Te puede interesar