Opinión

Seguridad ciudadana

Mucho se ha escrito este verano sobre la alarmante merma de seguridad y el aumento de actividad delictiva en la ciudad de Barcelona. Algunos, como yo mismo, hemos estado tentados de preocuparnos, teniendo en cuenta que alguien de la familia residirá allí durante una buena temporada y cada vez que Barcelona sale últimamente en los medios de comunicación lo hace para ponernos el corazón en un puño. Trece homicidios en lo que va de año –cinco de ellos en el mes de julio- es una cifra como para no tomársela a broma, y más si viene arropada por un amplio abanico de hechos delictivos desde robos con violencia en plena calle a palizas, ataques a turistas, broncas nocturnas con heridos graves y otras muestras de ferocidad que  tienen en jaque a los Mossos d’Esquadra a los que, eso al menos cuentan las noticias diarias, se les amontona el trabajo.
Barcelona siempre ha sido una ciudad muy propensa a ser considerada escenario ideal de novela negra porque es puerto de mar, refugio emigrante, y golfa a más no poder en puterío y tango. La saga de Pepe Carvalho, que convirtió en popular al periodista y gastrónomo Manuel Vázquez Montalban, puso a la capital de Cataluña en el mapa universal de la literatura policiaca, y esa criatura creada por Montalbán que parecía un cruce contra natura de Xan das Bolas y Philipe Marlowe regado con cava y gusto a butifarra,  nos permitió conocer la gran ciudad y sus ámbitos más típicos de la mano de un cicerone extraordinario. Supimos donde se comen los mejores gambones de la Barceloneta, donde está mejor el pan con jamón y tomate, donde se puede uno atizar un chocolate y un anís de madrugada rodeado de soplones y polis, donde se juega al truco y se pierde o se gana mucha pasta. Donde se lía parda, vamos.
Desgraciadamente, lo de ahora no es lo mismo y si lo fuera, ya no está Pepe Carvalho para enderezarlo. Y quienes tienen que hacerlo son las autoridades de la ciudad empezando por su alcaldesa. Supongo que la alarma se habrá disparado y que tampoco será para tanto, pero es cierto que una interpretación amigable del fenómeno -echándoles como siempre la culpa a los periodistas que todo lo ponen perdido- compensa menos al que le toca la china y la roban la cartera y le abren la cabeza de paso, en la falda del Tibidabo. Es cuestión de suerte.

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