Opinión

La reconciliación necesaria

Felipe González y Alfonso Guerra terminaron muy mal su larga y fructífera relación de años según me han contado periodistas que estuvieron en el epicentro del conflicto. Ninguno de los dos ha reconocido en público la sima que se abrió entre ambos cuando perdieron la mutua estima, una sima honda y negra que les forzó incluso a retirarse hasta el saludo. Un colega y amigo mío viajó con ellos en el mismo ascensor de un hotel de Madrid, sin que se dirigieran la palabra y sin que se miraran a la cara.
La situación que ha planteado Pedro Sánchez con sus cesiones programadas al independentismo catalán es de una gravedad tal que ha conseguido derribar ese muro de silencio e ignorancia mutua que ambos edificaron a partir del día en el que Guerra resolvió abandonar el Gobierno porque ya no se entendía ni política ni afectivamente con el presidente que había sido su amigo y al que acusó implícitamente de haberlo traicionado. Lo que Sánchez planea y llevará a cabo salvo que medie y lo impida la intervención de poderes superiores si es que los hay, entraña tanto peligro para la democracia, el ordenamiento jurídico, el ámbito constitucional y el Estado de Derecho, que podría ser definitivo y que, al menos ha conseguido volver a juntar y sentar en la misma mesa a dos viejos luchadores por la libertad que no habían vuelto a hablarse en cuarenta años y que lo hacen urgidos por la necesidad.
Que Felipe y Guerra olviden viejos rencores y se unan en una misma batalla por conservar la cordura institucional y salvar a su viejo partido de una aberración que lo marcará y culpará para los próximos siglos, expresa muy propiamente la intensidad de un momento que ha divorciado a dos generaciones de socialistas y ha dejado colgados de la broncha a otros tanto afiliados y simpatizantes que no saben en este momento con quien toca irse. Es evidente que un tipo como yo absolutamente devastado por la situación que Sánchez planifica poner en funcionamiento e iracundo al comprender que no tengo posibilidad de provocar un giro del destino, tiene sin embargo una importancia relativa porque yo no soy nadie. Pero Guerra sí lo es porque se lo ha merecido. Y Felipe González también lo es porque recoge la trascendencia de su obra política. Que ambos abandonen sus resquemores y acudan juntos a tratar de parar el absurdo tiene trascendencia. Hay que otorgar margen al milagro. Y si no es así, estamos perdidos.  

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