Opinión

Profesionales de comunicación

Llevo metido en esto del periodismo más años de los que puedo recordar, y no oculto que me siento orgulloso de ello. Nuestro oficio no nos hace millonarios salvo excepciones, pero nos proporciona más satisfacciones de las que se pueden obtener por muy buenos sueldos, un  estatus  profesional que solo disfrutan los elegidos. En mi caso, y reconociendo que soy uno de los nuestros de aquellos que no han pasado del práctico anonimato suficiente para vivir con dignidad y poco más, sí siento el deseo de legitimar esta profesión nuestra y defender su calidad y prestigio como garantía para consolidar una sociedad más ilustrada, más libre y más justa. Bravo por lo que de esta noble tarea pueda corresponderme.
Dicho esto, y puesto a confesar, confieso que soy un periodista con ciertas habilidades y muchos defectos de procedimiento y actuación que me convierten, por ejemplo, en uno de los peores entrevistadores de Europa. Y también y, puesto a ser sincero, en un muy mediocre jefe de prensa. Esta parcela siempre se me ha dado muy mal y la he practicado en general, incómodo y poco acertado, solo cuando no he tenido más remedio que hacerlo. Uno vale para lo que vale y no hay que darle más vueltas.
Seguramente por ese convencimiento de que  no he sido ni seré nunca un buen director de comunicación -hasta el punto de que jamás me contrataría a mí mismo en el hipotético caso de que necesitara a alguien para ejercer este cometido como diría Groucho Marx- no oculto mi rendida admiración por aquellos compañeros y compañeras de profesión que la practican. Este pensamiento se me ha atravesado en el camino al comprobar la espléndida tarea desarrollada por el equipo de comunicación de Zarzuela en su plan específico de recuperación de la princesa de Asturias, a la que han pasado de aplicar un tratamiento con sordina destinado a hacerla prácticamente invisible para evitar controversias, a una estrategia ejemplar que la ha convertido en uno de los argumentos mejor gestionados y más acertadamente tratados de todos los que rodean a la Corona y su futuro. La firme creencia de que esta nueva generación de Familia Real necesita  una ayuda y que hay mimbres bastantes para lograrlo, ha surtido efecto. Tras el pasado Día de la Hispanidad, Leonor de Borbón ha pasado de no ser nadie a ser un verdadero referente. Buen material, y buenos periodistas para gestionarlo se llama eso.

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