Opinión

La pieza del tablero

Es el pueblo español un pueblo muy aficionado a los excesos, y aunque el tratamiento político territorial cambie en los próximos años –si se le otorga carta blanca a Urkullu y su grupo para que operen como se despacha en su escrito de “El País”, no hay duda de ello- seguirá siendo excesivo se llame como se llame la nueva unidad plurinacional que brote del esperpento. Una cosa es cómo nos llamemos y cómo se acomoden las nuevas unidades de territorio a las que aspiran las fracciones independentistas, y otra cómo es históricamente el carácter de nuestra gente, una gente que no se para en barras cuando  la multitud se pone en marcha y dice qué hay de lo mío. Cumple recordar, por ejemplo, que en los primeros días del verano de 1834 y reinando la regente María Cristina, comenzó a correr la voz por Madrid de que unos frailes habían sido los responsables de envenenar las aguas de los pilones públicos, propagando así la epidemia de cólera que asoló la capital. La turba se puso en marcha y el resultado fue el linchamiento y muerte de 73 religiosos en las horas siguientes, cifra a la que hubo de añadirse 11 heridos más.

Es decir, que somos de prontos y tendemos a magnificar los sucesos y hacerlos inmensos para bien o para mal (más bien para mal me da a mí la espina).

Semejante situación me parece está tomando esa temperatura con el caso de Jenni Hermoso, a la que su beso robado va a terminar machacándole la vida porque el tema se ha salido de madre como suele ser habitual en los hechos no cotidianos que se celebran en esta sociedad nuestra  en la que tantas diferencias de perfil, sentimiento y carácter quieren escrutar algunos (no me fastidies, no es lo mismo un andaluz que un gallego, me dicen con frecuencia, o un vasco y un murciano) y que sin embargo todos se igualan, catalanes y madrileños también, en la explosión emocional y más si se cuela la política de por medio. Jenni Hermoso deberá recapacitar y tomar el control de su existencia si no quiere que se la coman los  desalmados que hacen política y que han decidido que su caso es un argumento de primera línea para su conveniente explotación ideológica y su uso partidista. Una cortina de humo de libro para distraer atenciones y prestarse a manejos con otros fines.

Jenni Hermoso es una buena mujer a la que hay que querer, amparar y proteger. No una pieza más en el tablero de las ambiciones políticas.  

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