Opinión

El peor cargo del mundo

Sospecho que ser ministro del Interior es de las peores encomiendas que le pueden caer a uno, peor aún que ser entrenador del Barcelona. Lo bueno que tienen sin embargo estos compromisos es que siempre queda la posibilidad de negarse a desempeñarlos. La certeza de que se puede decir que no la encuentro en mí mismo. Yo me negaría a aceptar cualquiera de los dos cargos. Pero yo soy yo.

Xavi está a punto de hacerlo y con el culo en carne viva por el calor que desprende su banquillo, ya se ha puesto fecha de caducidad. Sin embargo no le ha secundado Fernando Grande Marlaska, y bien que me da pena que así sea, porque después de esta tenebrosa deriva que le persigue desde que tomó posesión, no resulta aventurado pronosticar que su existencia cuando se acabe lo de ser ministro no va a ser llevadera por muy bien colocado que le dejen sus superiores el día en que esto termine. Marlaska era un juez respetado y bien tenido, al que se admiraba por su tenacidad y su proceder honesto, cuyos actos tras estos años de cartera, le han ido comiendo a bocados el prestigio. Sus últimas comparecencias cuajadas de tópicos, ajenas a la realidad y expresadas sin la más mínima convicción como quien sabe que está contando mentiras, nos ofrecen la penosa estampa de un personaje al que la luz que lo adornaba se le ha ido.

En pleno fragor del conflicto agrícola que mantiene al titular de Interior en vilo -mucho más preocupado por la ceremonia de los Goya en Valladolid que de que el Gobierno al que pertenece resuelva el conflicto- se produce el aterrador episodio de la lancha de narcos fondeada en Sotogrande que, al ser acosada por un bote de la Guardia Civil, reacciona arrollándolo, matando a dos agentes e hiriendo gravemente a un tercero. El ministro no se ha atrevido a ir al lugar de los hechos y ha preferido la faena de aliño en la lejanía. Pero lo más descorazonador no ha sido su ausencia sino  precisamente ese parlamento expresado de carrerilla, sin alma, sin convicción y sin sentido, para cubrir el expediente sabiendo que los guardias fallecidos iban a una intervención montados en barca, conscientes de su inferioridad y sabiéndose perdidos. El ministro también sabe que es así, y sabe que los ha mandado a luchar contra una lancha de quince metros, equipada al máximo que los ha pasado por encima. Lloramos por los agentes muertos. Y aconsejamos que lo deje y se libre de disgustos, al ministro.

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