Opinión

Los órganos de control

George Orwell, -que no se llamaba así sino Eric Blair- fue uno de los escritores británicos más originales además de un tipo singular. A pesar de que su amigo Henry Miller le aconsejó que no se fuera como voluntario a combatir en la guerra civil española porque aquello era una imbecilidad que le podía costar la vida, no le hizo ni caso, se integró como miliciano en una brigada del POUM y recibió un tiro en el cuello en el frente de Huesca que no lo mató de milagro. Tras una larga convalecencia en un hospital de campaña leridano y vuelto a Inglaterra tras una experiencia vital que lo marcó de por vida, ya en 1949 escribió su novela fetiche, “1984”, un inquietante relato que predice las consecuencias de un sistema de gobierno que todo lo vigila, nada se le escapa y todo lo controla. Orwell, que planteó su existencia entera como opositor incansable contra los totalitarismos, acabó maldiciendo aquellas opciones ideológicas que había defendido y a las que se había ligado en sus años jóvenes y que le había incitado, por ejemplo, a luchar en España. Su relato “Rebelión en la granja”, por ejemplo, lo que esconde es una amarga crítica de la rebelión proletaria de Stalin repudiada por un socialista como él, partidario de la libertad, de la igualdad de oportunidades y la iniciativa privada.
El ansia de colonización de las instituciones cuya peluda pata ha asomado por debajo de la  puerta del despacho del presidente Sánchez –una práctica que ha contagiado a muchos de los compañeros de partido que ocupan cargos de responsabilidad en gobiernos municipales y regionales-  no es otra cosa que una respuesta estructurada y contundente ocasionada por el miedo, como el mismo Orwell esboza en sus novelas y muy especialmente cuando estructura en “1984” el Gobierno repartido en cuatro ministerios principales que se encargan de administrar las áreas del amor, la paz, la abundancia y la verdad. Allí trascienden  aplicaciones atroces de un control desmesurado.
Es, justamente la inquietante vocación que aflora en las maneras de ahora. Control férreo de las instituciones -desde la Justicia al Congreso, del CIS al CNI, de Mercado de Valores a Federación Española de Fútbol- los medios de comunicación públicos, -desde la agencia EFE a RTVE- e incluso la Cultura, mediante subvenciones cuidadosamente escogidas y administradas en función de un quid pro quo.  Es para pensárselo. Y no parar de temblar.

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