Opinión

Los nuestros son silenciosos

El Gobierno provisional presidido por Pedro Sánchez, echó mano de Franco para tirar un par de  manoletinas a la gente de buen conformar, prometió que lo sacaría de su sepulcro en Cuelgamuros, estuvo mareando la perdiz durante el tiempo en el que el asunto le ofreció votos, pero cuando se pasó ese tiempo y el empeño no dio para más, se olvidó del asunto y sospecho que el dictador se va a quedar donde estaba, seguramente porque  Sánchez y sus compañeros de viaje han obtenido todo el rédito que podían de este planteamiento inútil, y además a la gente le trae sin cuidado dónde han ido a parar los restos de un sujeto que está mejor olvidado y ya no le hace daño a nadie. Estos trucos de chistera en los terrenos políticos tienen un recorrido discreto y se van apagando lentamente hasta que no queda nada. A mí me recuerda lo del metro ligero de Vigo, un tema que sale y entra como si fueran los ojos del Guadiana.
A Franco lo ha resucitado ahora el realizador Alejandro Amenábar, al que están quemando las redes sociales a estas alturas porque en  uno de los actos promocionales de la cinta no se le ocurrió otra cosa que decir que Franco amaba apasionadamente España pero no tuvo ningún inconveniente en cargarse, en aras de ese amor, a la mitad de sus conciudadanos, lo cual es cierto a pesar de lo que esgriman esas redes sociales que a mí me producen tanta grima. Yo no he visto aún la película y, por tanto, hablo de oídas. Pero por lo que sé, Alejandro Amenábar lleva muchos meses estudiando concienzudamente a Franco y su tiempo, se lo ha visto y leído todo, se ha y tragado horas y horas de Nodo, y sabe más de Franco que la mayor parte de los que se asoman a estas plataformas y se ponen a escribir lo que se les ocurre sin tener ni puta (perdón) idea de nada.
Y sabe también de Millán Astray que fue un sujeto bárbaro al que le faltaba la mitad de casi todo. Y de Unamuno, que es una figura de una enorme dimensión intelectual y humana y que, por cierto, se inclinó por el bando rebelde e incluso fue concejal de Salamanca, hasta que le defraudaron y se desligó de ellos y su barbarie. Y al que por cierto, en su duelo con Millán en el Paraninfo, le salvó la vida doña Carmen Polo. Aún así, Franco le condenó a arresto domiciliario y allí murió de pena y frustración cinco meses más tarde.  
 

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