Opinión

No todo es malo

Incluida en un marco que llama a la preocupación, la derrota parlamentaria de Alberto Núñez Feijoo no ha sido vana como probablemente no la hubiera sido la de Inés Arrimadas si, cumpliendo con su obligación, hubiera defendido su candidatura a la presidencia de la Generalitat cuando ganó las elecciones de 2017. Feijoo ha demostrado en su comparecencia ante el Congreso, que guarda en sus adentros unas excelentes virtudes gobernantes, un sereno y digno comportamiento parlamentario y una visión grande y generosa de la práctica del poder que recuerdan cada vez más a Antonio Cánovas del Castillo, probablemente la figura señera en el santoral liberal conservador de la política española de todos los tiempos. Feijoo ha perdido también la segunda votación, pero ha logrado  introducir en la sociedad española la semilla de una duda creciente y cada vez más extendida sobre la idoneidad de Sánchez y su gente para gobernar. Sus palabras, ponderadas, medidas y aquilatadas al máximo, han extendido una sombra de indecisión creciente en un cuerpo social que, por primera vez, se ha preguntado seriamente y empujado por ese discurso, si el país no se estará pegando un tiro en el pie al depositar la máxima responsabilidad de gobierno en un entorno político en el que domina e impone condiciones Junts per Cataluña que en las urnas ha obtenido 392.634 votos, es decir el 1,60% de los sufragios emitidos, un capital ridículo que, merced al todavía más ridículo sistema electoral español, le proporciona siete escaños parlamentarios. Si uno le echa una ojeada neutra y desnuda de pasión al mapa político nacional observará que, a partir de Sumar, que logra el 12% de los sufragios, el resto es puro residuo, y su participación nos propone un Congreso fraccionado, prácticamente ingobernable y sujeto a tensiones irresistibles. Muchos países resuelven el problema marcando un tope en el porcentaje con el que lograr representación parlamentaria.

Feijoo ha tocado muchas fibras y se ha ido demostrando que Sánchez no es de fiar y es reservón y cobarde en la práctica política. Y además, un mal sujeto. Ha mandado para calentar el partido a Óscar Puente, un tipo bronco y faltón que ayer protagonizaba un altercado en el tren. Y su amigo del baloncesto doméstico, Daniel Viondi, se ha liado a cachetes con el alcalde de Madrid, un proceder que le ha costado la dimisión. Hay que cuidar esos nervios que están disparados.

Te puede interesar