Opinión

El mito de Frankenstein

A la hora de comparar dos situaciones distintas pero ambas graves y necesarias de solución, me pregunto cuál de las dos tiene peor tratamiento. Si la que afecta a un palurdo convertido -en función de sus propios errores- en delincuente sexual como presidente de la Federación Española de Fútbol al que sus propios mecenas quieren ahora colgar de un palo, o el vicepresidente del colegio nacional de Árbitros que se paso quince años trabajando para el Barcelona, viviendo a su costa, con palco propio en la zona noble del Camp Nou y cobrando fortunas por sus servicios aunque este último y vergonzante suceso ha perdido toda su trascendencia en aras de un marco de convivencia política conveniente. Negreira amenazó a sus pagadores  con contarlo todo cuando dejó de cobrar, y Rubiales se ha plantado y no quiere dimitir. 

Para entender la substancia de ambos comportamientos, es muy aconsejable remitirse a una historia que tiene más de dos siglos de existencia. En mayo de 1816, y en una mansión campestre próxima a la población suiza de Cologny, se dieron cita el poeta George Byron y su médico de cabecera John Polidori  -al que humillaba constantemente- con ciertas amistades a las que el anfitrión invitó a pasar la temporada estival con ellos. Eran, el poeta Percy B. Shelley y las hermanas Mary y Claire Wollstonecraft. Como quiera que aquel fuera un verano de climatología catastrófica, para distraerse se impusieron los reunidos competir entre ellos escribiendo cada uno una historia de miedo en sintonía con los aguaceros y tempestades que se sucedieron en aquellos meses de noches surcadas por rayos y truenos. Polidori escribió “El vampiro”, y Mary redactó a su vez “Frankenstein o el moderno Prometeo” que se convirtió, andando el tiempo, en una de las joyas inmortales del género.

El relato narra las desventuras de una criatura construida con retazos de cadáveres por un científico empeñado en conculcar los secretos de la vida y la muerte. La criatura acaba rebelándose contra su creador y causándole tanto daño como le es posible, hasta el punto de que acaba con la vida de su esposa en la noche de bodas.

El hijo que acaba alzándose contra su progenitor se ha hecho grande no solo en la literatura sino en la vida también. Negreira alzado contra el Barça, y Rubiales rebelde contra el Gobierno que lo impuso, son el más vivo y próximo ejemplo de todo ello.

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