Opinión

Lecciones de trascendencia

Hace unos días supe de algo que me dejó dolorosamente sorprendido a pesar de que a estas alturas de la película, ya hay pocas cosas en el mundo con capacidad suficiente para pasmarme (¿algún acorde oculto en una canción de los Beatles quizás?). Leí conmovido que una de las causas frecuentes de muerte entre la población civil de Gaza era la de perecer aplastado por uno de los sacos de provisiones lanzados desde el aire, situación que podría  considerarse como el colmo de la mala suerte en general. Si haber nacido en la franja de Gaza puede considerarse como punto culminante de la desdicha, perecer cuando un paquete de esos alimentos que se esperan con ansia irrefrenable te cae sobre la cabeza no tiene parangón en el espectro del peor infortunio que pueda azotar al género humano. 

Es en momentos como este cuando uno se formula las preguntas claves que se dan cita en nuestro pobre intento de traspasar el misterio de la existencia, y que proponen las dudas eternas sobre Dios, el destino  y el reparto de la fortuna. ¿Por qué a mí no y a otros sí?, ¿Por qué unos tienen tan mala suerte y otros la tienen tan buena?, ¿Qué pinta Dios, si es que existe, en todo esto?

De todos modos, no es necesario llegar a situaciones tan trascendentales para plantearse dilemas con enjundia. Por ejemplo, cómo es posible que asistiendo a escenarios tan trágicos como el que trasluce de esta paradoja por la que un ser humano perece aplastado por un envío humanitario, podamos haber dedicado todas las horas de nuestra muelle existencia cotidiana a otorgarle importancia a un debate político que, analizado sin pasión, no es más que el resultado de una pelea de egos, un combate de personalidades alteradas e insoportables en las que solo está en juego la insoportable e intolerable vanidad de cada uno. Ante conflictos tan atroces como el que se consume en Gaza, ¿qué debería importarme a mí que el insufrible Puigdemont se aferre a su  engreimiento enfermizo y su jactancia personal, y Pedro Sánchez no piense en otra cosa que en su propia persona? Pues una figa que dirían los clásicos. Cumple reflexionar personalmente sobre este caso y me está dando a mí la impresión de que me está empezando a dar igual que estas dos caricaturas hagan de su capa un sayo. Allá ellos y su conciencia.

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