Opinión

La no neutralidad

Como resulta fácil de suponer, una historia tan atractiva y morbosa como la que rodea a la banda de “La Chalana”, ha desatado una auténtica batalla de interpretaciones y reflexiones en los medios de comunicación, algunas de cuyas firmas más famosas se han puesto a la tarea de auscultar no solo la catadura moral de los actores de este episodio, sino la influencia que un proceso de esta naturaleza va a ejercer en el futuro. Es natural que cada cual observe el panorama desde la azotea de sus propias conclusiones, sintonizándolas con la opción política que defiende el medio que les paga, pero en general, los analistas políticos cuyas firmas conocemos y situamos casi todos, están básicamente de acuerdo en que suponer que aquí se puede armar una gorda. 
Me ha llamado la atención más que otros comentaristas que se han inclinado por atizar con poca piedad a quienes han abierto la puerta al clan de los vendedores de mascarillas –cuya composición coincide prácticamente con los personados en Barajas para recibir a la canciller Delcy Rodríguez con las maletas que ya es casualidad- el argumento recreado en su columna por Fernando Jáuregui, quien no tiene nada claro que Francina Armengol tenga algo que ver en el proceloso asunto, pero cuya cabeza pide por el hecho de que ha decidido posicionarse claramente desde el punto de vista político y convertirse en perseguidora del PP desde su atalaya de presidenta del Congreso de los Diputados. El periodista cántabro -al que he tenido el gusto de conocer personalmente hace algunos meses- expresa en su escrito una teoría francamente sorprendente y curiosamente edificante. Aún en el caso de ser por completo inocente de sus conexiones con la banda de Koldo, Aldama y compañía –al elenco titular se ha añadido estos días la figura de un coronel de la Guardia Civil que ejercía de jefe de Seguridad en la embajada de Venezuela y que también apareció en Barajas aquella maldita noche- la presidenta no puede seguir ni un minuto más en su puesto porque ha traicionado su necesaria neutralidad, una de las exigencias que singularizan su cargo. Si bien yo, al contrario de Jáuregui, creo que Armengol está metida en el lío hasta las cejas, no dejo de admirar esta apreciación directamente emparentada con el sentido institucional de la alta cámara que debería ofrecernos materia para pensárselo a todos.

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