Opinión

La bronca o lo que no es bronca

Esta historia siniestra de tener que gobernarse por las reglas no escritas del lenguaje políticamente correcto, nos está haciendo polvo a los profesionales de este oficio nuestro que debería vivir de llamar a las cosas por su nombre. Nos obliga -o mejor dicho les obliga a algunos- a tener que respetarlo forzosamente y a aplicarlo constantemente en sus intervenciones y crónicas, no vaya a ser que se la líen los señoritos que los contratan. Ayer por la mañana, escuchaba yo en el programa informativo matinal de RTVE, el análisis de la situación planteada en el parlamento de Cataluña, y comprobé cómo la mayor parte de los allí convocados se hurtaba de definir la situación con la propiedad necesaria, apelando a toda clase de subterfugios para no tener que mojarse. El término más utilizado para definir este pleno vergonzoso fue el de “bronca”, como si todos los que estaban presentes en el hemiciclo regional tuvieran la misma responsabilidad en los hechos planteados.
Los hechos planteados en el parlamento catalán de referencia son de una gravedad extraordinaria, y huelga añadir que un tratamiento de esta naturaleza acongoja. Define como una simple “bronca”, las actuaciones que se vivieron en este recinto tras la detención de nueve activistas de CDR que pretendían atentar contra determinados edificios en conmemoración con el segundo aniversario de la proclamación de la república independiente. La mayoría independentista que gobierna la autonomía con su presidente Torra a la cabeza y con la colaboración sin condiciones del presidente de la cámara, pidió la expulsión de la Guardia Civil de Cataluña, hizo un llamamiento a la desobediencia civil, exigió la libertad de los procesados pendientes de sentencia, y expulsó por oponerse a ello a uno de los diputados de la oposición. Por primera vez por tanto, el gobierno y el Parlamento de Cataluña se manifiestan en favor y apoyo de acciones terroristas  y grupos que las llevan a cabo. Por primera vez también, se proclama la desobediencia civil desde una plataforma institucional. Una vergüenza que no solo debe sonrojarnos a todos, sino que debe preocuparnos profundamente.
Lo de Salva Sevilla y Morata es una bronca. Lo del Parlament no lo es. O al menos a mí no me lo parece. 

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