Opinión

Frunciendo el ceño

A estas alturas de una tensa jornada en la que la señora Calvo y el señor Echenique –ignoro por qué a los políticos se les aplican estos tratamientos tan deferentes que a veces ni siquiera se merecen- mantienen viva la llama de la incertidumbre que sospecho desactivarán a falta de segundos para el cumplimiento del plazo fatal como pasa en las películas, el señor Johnson en el Reino Unido ha resultado elegido por sus correligionarios –no por el votante vale recordarlo- para pastorear la salida de su país de la Unión Europea que este caballero con planta de vodevil se apresta a resolver por la tremenda. Estamos todos asomados al borde de la platea para seguir las andanzas de Pedrito y Pablito, sus grandes ambiciones y sus pequeñas miserias, pero no nos hemos dignado a prestar un cuarto de atención a  este epílogo silvestre de un proceso como el Brexit que le va a hacer más daño a Europa y a su concepto de unidad intelectual, política y administrativa, que todas las mañas impresentables que Sánchez está poniendo sobre la mesa para llegar a la Moncloa sin importarle un bledo cómo son estas mañas de indignas. Ambos niños traviesos, que se arrean perdigonadas con el tirachinas, se meten lagartijas con la cola cortada en los bolsillos, y se roban uno al otro las canicas,  no están haciendo muchos merecimientos para que los administrados los respetemos, pero digamos que esas disputas que olvidarán al final, apenas adquieren fuste por ellos mismos porque han conseguido desvirtuar la función política de tal manera que lo que están escenificando está vacío de contenido. Lo de Boris Johnson a los mandos de un proceso absurdo que ni siquiera debería haber sido y  cuyos verdaderos instigadores han huido –Cameron y Farange sin ir más lejos- tiene bastante más enjundia, produce una inquietud más sombría y comprensible y nos va a importar más a todos que esta opereta  escenificada en el Congreso de los Diputados. De Torra y de Cataluña ya no hablemos.
La decisión política ha caído en manos de caricaturas y nos toca pagarlo a todos. Estamos pues en manos de personajes de dimensión reducida, competencia muy dudosa y pensamiento mínimo. Pero es muy probable que la culpa de este panorama desolador manejado por personajes que dan risa seamos nosotros. Hemos abaratado la función pública. Hemos tragado por todo. Y así nos va sin distinción de nacionalidades, tendencias y geografía.

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