Opinión

El sentido crítico

Entre el grupo de intelectuales que en su tiempo y en su país se convirtieron en feroces  críticos de los Beatles, sobresale la inusitada ferocidad mostrada por un personaje de calidad indiscutible como Anthony Burgess, cuyos comentarios incendiarios y demoledores dedicados a la banda superan de largo el plano del insulto personal y encabezan el paquete de testimonios más desfavorables y despiadados emitidos por la sociedad británica que convivió con ellos y se desarrolló al compás de aquel fenómeno inaudito. No hay muchos comentaristas más inflexibles, y podría considerarse al popular escritor como uno de los más crueles comentaristas universales de la beatlemanía. Burgess, oficial del Ejército y doctorado en Literatura por la muy considerada universidad de Manchester, fue uno de los pocos escritores británicos de religión católica, –Green y Chesterton también lo eran- y ha pasado a la historia como  autor de una de las novelas más audaces del siglo XX, “La naranja mecánica” que, llevada al cine por Stanley Kubrick, se convirtió en una estremecedora película que hoy tenida por cinta de culto. Burgess también era músico e incluso escribió sonatas para violonchelo, así que, hijo de músicos a su vez y estudiante de composición y armonía, debería contar con capacidad suficiente y autoridad sobrada para opinar sobre el pop y sus mejores intérpretes.
Y ya lo creo que lo hizo. “Las letras de sus composiciones–escribía  al tiempo que la banda recorría su triunfal camino- son tan patéticas y tan huecas que hay que otorgarles un acento psicodélico para que se les pueda adjudicar algún sentido”. Al final de sus días, aseguró que lo que más miedo le daba era ir al infierno porque allí se encontraría con ellos seguro y no podría quitárselos de encima. Sobre todo a Ringo aporreando los tambores.
Esta sorprendente revelación que en mi ignorancia francamente desconocía, me demuestra que es cierto que hay clientela para todos los gustos y que existen decisiones arriesgadas que no siempre están de acuerdo con el sentir, el querer y el gustar de todo el mundo. Abrir el panorama de nuestras creencias y respetar las que no están de acuerdo debería formar parte de nuestro talante y nuestra cultura. Por desgracia no viene siendo así. Y ahora menos. En cualquier caso, yo respeto al señor Burgess, pero no voy a cambiar de gustos.

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