Opinión

El maldito centro

El anunciado proceso fundacional de un partido político destinado a colocarse entre el PP y el PSOE podría haber sido saludado con salvas de aplausos en tiempos pretéritos en los que todo era más sencillo y más accesible, pero no tiene pinta de arraigarse en esta sociedad del XXI cuyo grado de  sensibilidad ante propuestas intermedias  no solo no crece sino que suscita indefectiblemente respuestas inmediatas y poco amistosas. El centro político es en la política española desde los tiempos del general O’Donnell, una especie de paradisíaco jardín sin dueño ni cercado, al que de tanto en vez un grupo variopinto de personalidades no satisfechas con lo que hay se proponen conquistar. Esa ancha franja virgen que crece libre entre las opciones conservadora y progresista llámense como se llamen ambas –han cambiado tantas de veces de nombre como periodos han pasado sobre su idea primitiva que hay que buscar seguramente entre las heredades de las Cortes de Cádiz- parece muy fácil de conquistar a primera vista, pero una vez pasado cierto tiempo  prudencial sin que la situación se estabilice, comienzan a aparecer las dudas y dificultades hasta que la idea se enquista, sus factores se encabronan entre sí, y la posibilidad fracasa. Unión de Centro Democrático, Centro Democrático y Social, Coalición Galega, Unión Progreso y Democracia, Ciudadanos… fueron las opciones más recientes de ocupar el centro político y los ejemplos más patentes de lo difícil que es coronar esa misión aparentemente sencilla y supuestamente apetecida por  la población votante cuyo ideario acaba por aburrir y condenar al fracaso. La trayectoria histórica de un país cuyo primer intento moderno de constituir una opción centrista homologable fue la Acción Popular de Gil Robles que acabó derechizándose y auto destruyéndose  a sí misma por imperativo categórico cuando pasó a aglutinar a la derecha española llamándose la CEDA,  proclama la imposibilidad de que semejante sociedad como la nuestra, empecinada en dividirse en dos, resuelva aceptar una acción intermedia porque su carácter excesivo y su permanente tendencia a la radicalización impide que semejante propuesta convenza  e ilusione Yo deseo mucha fortuna a esta Tercera España que tratan de edificar gentes como Trapiello, Igea, Savater, Gabriela Bustelo o Sosa Wagner, pero no le veo yo cara de continuidad a la propuesta. Aquí las propuestas para asaltar el centro político suenan a timoratas, cínicas y cobardes. Qué le vamos a hacer.

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